El principal centro brasileño de ropa interior se transformó para fabricar máscaras médicas
El polo industrial de Nova Friburgo, en el estado de Río de Janeiro, adapta sus máquinas y capacita a sus empleados para abastecer de prendas de protección contra el coronavirus a todo el país.

SAO PAULO, Brasil
Por: Federico Cornali
Nova Friburgo, a poco menos de 150 kilómetros de la ciudad de Río de Janeiro, es considerada la ciudad más fría del cálido estado, por ubicarse entre montañas, a una altitud promedio de 985 metros. Su temperatura anual media es de 19°.
Además de su famoso clima tropical de altura, Nova Friburgo es reconocida por ser el principal centro de confección de prendas íntimas de Brasil, una industria que tiene casi un siglo y produce más de 125 millones de piezas por año.
Fundada en 1818 para ser una colonia suiza, el principal negocio de la ciudad, que hoy cuenta con 110 mil habitantes, en esos primeros años de existencia fue la producción de café.
Sin embargo, con el tiempo, las fábricas de ropa interior se instalaron hasta formar un polo industrial que actualmente distribuye su producción no solo en todo el país, sino también en Argentina, Uruguay y Chile. Según el último censo de industrias, el sector emplea más de 30 mil personas de forma directa e indirecta.
En la ciudad de Río de Janeiro es común escuchar sobre familias enteras que salen de la capital estatal, suben la montaña y compran sus ropas íntimas para toda la temporada, al por mayor.
“La fama principal de ser un polo de fabricación de ropas íntimas comienza con otra crisis, la de comienzos de la década de los 90. Muchas personas perdieron sus empleos en grandes empresas y aquellos que tenían capacidad técnica comenzaron, de a poco, a fabricar sus propias prendas”, cuenta la historiadora carioca Janaína Botelho.
Sin embargo, la llegada del coronavirus al estado, que ya cuenta con 53.388 casos confirmados y 5.344 muertes por COVID-19, obligó a la tradicional industria de la ropa íntima de Nova Friburgo a reinventarse.
Sobre todo, por la crítica situación de Brasil, que ocupa el cuarto lugar a nivel mundial en muertes por coronavirus, con 29.314 fallecidos y 514.849 casos confirmados hasta este lunes.
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Por eso las máquinas que ayer no tenían descanso en la producción de bragas, brasieres, pantaloncillos, pijamas y hasta medias, hoy confeccionan máscaras médicas o gorros de protección para profesionales de la salud y clientes particulares.
La producción de equipamientos de protección individual, conocidos como EPI, comenzó con unos pocos productos para médicos amigos de los encargados de las costuras, pero creció con la demanda de los municipios vecinos y se masificó debido a la urgencia de todo un país.
Uno de los grandes motivos que puso a casi todo el polo de Nova Friburgo a producir EPI fueron los altos precios que los principales fabricantes chinos comenzaron a pedir por estos productos, que además demoran en llegar a Brasil.
“No es la primera vez que precisamos superar a los productos chinos. En lencería ya nos pasaba, y nos volvimos competitivos, y hasta mejores, ofreciendo precios justos, conociendo los diseños que son del gusto de las mujeres brasileñas e invirtiendo en la identidad del producto”, explica Marcelo Porto, presidente del Sindicato de las Industrias de Vestuario de Nova Friburgo (SindVest).
Más allá de la técnica y capacidad de los empleados del polo, la confección de prendas de protección para evitar la transmisión del coronavirus requiere de otro tipo de cuidados. “Sin dudas que se requiere mucha atención y tuvimos que entender ciertos materiales, pero al ser piezas pequeñas son parecidas a lo que estamos acostumbrados a confeccionar desde hace muchos años”, dice Porto.
“Las máquinas tampoco precisan de mucha transformación porque son delicadas, aptas para el trabajo actual. Tanto las máscaras como la ropa de protección suelen estar listas rápidamente, y sabemos que el tiempo puede costar vidas”, agrega el ejecutivo carioca.
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Más allá de la forma en la que Porto explica la gestión y producción de las EPI, las empresas que actualmente se dedican al nuevo mercado debieron adquirir licencias especiales, ya que se encontraban cerradas desde marzo debido a la pandemia.
Las fábricas no operan con todos sus colaboradores y quienes están en planta deben mantener la distancia obligatoria. El permiso especial de la municipalidad de Nueva Friburgo fue oficializado el pasado 9 de abril y exige que solo se fabriquen este tipo de productos, por lo que se prohíbe la producción de cualquier otra mercancía.
En total, desde la reactivación y reinvención de la industria de Nova Friburgo, 260 fábricas están operando asociadas a 1.730 empresas con las cuales mantienen sociedades directas o indirectas.
Como referencia nacional en confección de pijamas, la empresa Monthal comenzó la producción extraoficial de máscaras para donación a instituciones de caridad o a personas allegadas a la empresa.
“La demanda creciente y el permiso de la municipalidad nos llevaron a comprar los materiales y empezar una producción a mayor escala”, dijo Eleonora Erthal, socia de la compañía.
La decisión de que fuera obligatorio el uso de tapabocas en grandes capitales de estado, como Sao Paulo y Río de Janeiro, no hizo más que disparar la producción del polo de Nova Friburgo, que inclusive se nutre de colaboradores que trabajan desde sus hogares.
“Toda crisis genera oportunidades, y para nosotros, que fabricamos lencería, la oportunidad fue confeccionar EPI, que además pueden salvar vidas”, dice André Montechiari, CEO de la empresa textil Multitex. “De hecho, es probable que la fabricación de equipos de seguridad pase a formar parte del catálogo de muchas empresas del rubro cuando el virus pase”, agrega.
Con horarios reducidos por la mañana, de siete de la mañana hasta las 12 del mediodía, Rosangela Alvares es una de las 11 costureras que la Textil CCM habilitó para trabajar en la planta serrana, de lunes a sábado. “Cuando me ofrecieron volver y transformar nuestra confección, no lo dudé. Al principio, me sentía bien por donar esas máscaras a instituciones o personal de salud, pero la demanda se disparó y lo que sale de aquí hoy viaja por todo el país”, asegura esta carioca de 42 años.
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