Así es Megasis, el primer supermercado iraní en Venezuela
Dátiles, alfombras persas o mermelada de zanahoria son algunos de los novedosos productos que los caraqueños siguen explorando en esta nueva tienda, siempre en búsqueda del mejor precio.

CARACAS, Venezuela
Por: Andreina Itriago
Han pasado tres semanas desde que Megasis, el supermercado iraní, abrió sus puertas en Caracas. Las largas filas de vehículos y personas que aguardaban para poder ingresar a este lugar en los primeros días después de su inauguración, el 29 de julio, han desaparecido paulatinamente.
Ahora quizás el mayor impedimento para llegar hasta este punto, ubicado en el extremo este de la capital venezolana, es la escasez de gasolina, que ha vuelto a atormentar a los venezolanos.
La semana pasada, Estados Unidos confirmó la “exitosa” incautación de un nuevo lote de combustible iraní que iba dirigido a Venezuela, aunque luego Irán negó tener algo que ver con el envío.
Lo cierto es que las relaciones entre Venezuela e Irán se han estrechado notoriamente, ante la mirada vigilante y preocupada del Gobierno norteamericano, y Megasis es una muestra de ello.
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Pasado el furor de los primeros días, la clientela está compuesta, principalmente, por vecinos de la zona, en la que está ubicado el barrio Petare, uno de los más grandes y peligrosos de América Latina, y algunas urbanizaciones de clase media-alta, aunque entre los habitantes de estas últimas aún impera el recelo hacia esta compañía.
Originalmente este espacio pertenecía a la cadena colombiana de hipermercados Éxito. Pero, tras la formalización de su expropiación durante el gobierno del fallecido Hugo Chávez, en 2010, pasó a manos de la red oficial de Abastos Bicentenarios y, más recientemente, de las llamadas tiendas CLAP, el cuestionado programa de alimentos subsidiados del Gobierno venezolano. A nadie sorprende que ahora quedara en manos de uno de sus principales aliados internacionales.
Ya sea entre semana, o el sábado o domingo, en el estacionamiento abierto es fácil encontrar un sitio para aparcar, frente a la imponente vista de una montaña con ranchos apilados.
Las personas, que van llegando a cuentagotas, se aglomeran en la entrada, pues deben pasar de a uno en uno por unas máquinas que fueron instaladas para, primero, medir la temperatura de los visitantes, y luego rociarlos con desinfectante, medidas comunes para combatir la COVID-19. La primera cápsula, sin embargo, constituye una novedad para los caraqueños, acostumbrados a que sea el personal de supermercados y farmacias el que les tome la temperatura apuntando a sus frentes o antebrazos con dispositivos electrónicos.
Mientras esperan para ingresar, es fácil hacerse a la idea de que adentro encontrarán productos diferentes. En la fachada, por ejemplo, se exhiben enormes tractores y vistosas alfombras persas.
El proceso es relativamente rápido y en pocos minutos se logra el acceso a un espacio amplio, silencioso y visiblemente abastecido con productos, principalmente importados de Irán, como cereales, legumbres y sus derivados; pero también algunos de producción nacional como harina de maíz, mantequilla, leche y arroz, entre otros.
Antes de siquiera tomar el carrito, una pareja y dos niñas que recién ingresan posan para una foto familiar. Más adelante, un joven documenta su recorrido por los pasillos para sus seguidores en redes sociales y un hombre retrata los anaqueles y los productos, con sus precios.
El comportamiento resulta llamativo, pues en las cadenas locales ha llegado a estar prohibido tomar fotos o grabar, sobre todo en las épocas más críticas de desabastecimiento y control de precios.
Pocos llevan carritos. Algunos, como la señora Luisa Hernández, quien iba acompañada de su hermana, estaban allí, como ellas mismas reconocieron, “solo para curiosear”. Ambas deambulaban por los pasillos revisando productos hasta el momento desconocidos.
“¿Esto qué será? Deberían ponerlo en español”, decían mientras cogían un paquete que, a diferencia de la mayoría de los productos, no tenía un papel pegado con el precio ni una descripción en castellano. Un trabajador de la tienda las abordó y les explicó que se trataba de servilletas.
“Y cuánto cuesta, para ver si vale la pena”, insistieron. A cuatro dólares el paquete, que incluía tres empaques independientes de servilletas. Salía mejor comprar las nacionales, aunque a simple vista estas parecían de mejor calidad.
Los precios de los productos de Megasis se exhiben, paradójicamente, en dólares estadounidenses, sin el denominado Impuesto al Valor Agregado (IVA), una muestra más de la dolarización de facto de la economía venezolana. Colocar los precios en bolívares implicaría para ellos reimprimir cada día, e incluso varias veces al día, el precio de los productos, pues desde finales de 2017 el país atraviesa un proceso hiperinflacionario.
De acuerdo con datos divulgados recientemente por la opositora Asamblea Nacional, la inflación de julio fue de 50,05%, con lo que la acumulada ascendió a 843,44%. El rubro de alimentos y bebidas no alcohólicas, específicamente, registró una inflación de 10,9% en ese mes.
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Como las hermanas Hernández, la mayoría hacía enormes esfuerzos mentales o se ayudaba con las calculadoras de sus celulares para conocer los precios en bolívares y determinar si les convenía comprar los productos allí, en los supermercados venezolanos o en los llamados bodegones, abastecidos principalmente con productos estadounidenses y europeos.
“¡Las aceitunas están más baratas!”, celebraba una mujer en otro pasillo, mientras depositaba el producto en el carrito que llevaba su marido.
En Megasis, sin embargo, y a diferencia de los bodegones, hay opciones por debajo de los 50 centavos. Hay galletas que incluso valen menos de 10 centavos de dólar.
Una niña recorría el pasillo cinco –de los nueve que tiene el establecimiento, y que para el momento de la visita de la Agencia Anadolu era el más concurrido– en búsqueda de golosinas para invertir un preciado dólar que apretaba en su mano, mientras con la otra tomaba la mano de su abuela.
En Venezuela, el sueldo mínimo integral, que incluye el ticket de alimentación, equivale a poco más de 2,5 dólares.
“Normalmente la gente compra las cosas que están más económicas”, reconoció a Anadolu una de las cajeras, que prefirió no revelar su nombre.
En las filas para pagar, con uno o dos clientes en espera en cada una de las cerca de 20 cajas que estaban abiertas para el momento de la visita de Anadolu –de las 37 que tiene el local– predominaba un producto: el refresco, que en su versión de 1,5 litros estaba rebajado a 50 centavos de dólar, con lo que se ha convertido en el más barato del mercado.
La botella de la misma medida de la que era la marca más barata de producción nacional cuesta alrededor de 1 dólar; mientras que las de marcas conocidas internacionalmente, como Coca Cola o Pepsi, cuestan alrededor de 1,5 dólares.
La denominada Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), elaborada por la academia venezolana, incluyó en su informe más reciente, que recoge parcialmente el impacto de la COVID-19 en Venezuela, que el desempleo había aumentado hasta 10,2 puntos porcentuales en regiones con mayores restricciones de movilidad –derivadas de la COVID-19 y de la crisis de combustible–, como la capital.
Cuarenta y tres por ciento de los hogares del país, según Encovi, reportaron imposibilidad de trabajar o pérdida de ingresos. El aumento de los precios de la comida fue el principal impacto reportado (70%) por los encuestados después de la llegada de la pandemia. El Gobierno ha aumentado sus ayudas gubernamentales, aunque, según Encovi, en promedio los bonos entregados equivalen a unos 5 dólares.
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Así, es difícil para muchos comprar la mermelada de zanahoria, que es una constante en todo el recorrido y que, en su versión más pequeña, de 300 gramos, cuesta poco más de 1,5 dólares. Y ni hablar de la caja de dátiles rellenos de nueces y cubiertos con chocolate, que cuesta siete dólares.
Mientras en los pasillos de alimentos había algo de movimiento, otras áreas, como la de textiles y artículos para el hogar, se mantenían desoladas. El máximo movimiento, además del pasillo 5, se registraba en el área de las frutas y verduras; y en la de charcutería. Al fondo, sin embargo, las neveras de la carnicería estaban prácticamente vacías, como en la mayoría de los supermercados venezolanos.
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