
BOGOTÁ, Colombia
Por: Juan Felipe Vélez Rojas
Esta semana la cadena de noticias CNN afirmó que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, planea retirar 4.000 soldados, aproximadamente un tercio de los casi 13.000 soldados estadounidenses en Afganistán, donde Washington ha librado una de las guerras más largas y costosas de la historia del país.
La medida no es nada nueva, desde la administración de Barak Obama Washington estaba interesado en retirar sus fuerzas de Afganistán, junto con las tropas de Siria, pero estas medidas se han venido concretando poco a poco desde la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Durante su candidatura a la presidencia en 2016, Trump prometió retirar a las fuerzas estadounidenses de las que llamó “largas guerras costosas que no le importan a EEUU”.
Fue así como dio inicio al retiro de las tropas estadounidenses de Siria, pese a la oposición del Pentágono y Departamento de Estado, solo conservando un pequeño contingente en el norte del país para garantizar la seguridad de los campos petroleros frente a los terroristas de Daesh.
La cada vez más notoria política anti-intervencionista de Trump, especialmente en Oriente Medio, sumado al fracaso en su objetivo político de sacar del poder a Bashar al-Assad de Siria, quien se mantiene en él gracias al apoyo de Rusia, han suscitado temores en ciertos sectores, pero al mismo tiempo han abierto espacios para que otros actores aumenten sus influencias en el convulso panorama político de la región.
Sin lugar a duda Rusia ha sido uno de los más beneficiados. Desde el 2015, cuando Moscú decidió intervenir para apoyar al régimen de al-Assad, el Kremlin logró posicionarse como uno de los principales interlocutores de la zona.
Su férreo apoyo al régimen sirio y a Irán le otorgaron a Moscú un rol estratégico. Potencias mundiales como EEUU y la Unión Europea junto con potencias regionales como Israel, Arabia Saudita y Turquía deben discutir con Rusia cualquier asunto relacionado con Damasco o Teherán.
Este cambio en la dinámica política y militar ha suscitado dudas sobre el posible declive en la influencia de EEUU en la región.
Para Manuel Alejandro Rayran, profesor de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia, lo que sucede con EEUU en Oriente Medio no se trata de un declive en absoluto, pero sí un declive relativo.
Según Rayran, tras la llegada de Trump a la oficina oval, EEUU modificó el enfoque de defensa y seguridad que se había mantenido desde el atentado de las torres gemelas en 2001, centrado en combatir al terrorismo y a los actores no estatales.
“Trump cambia el enfoque de defensa y seguridad de EEUU y dice ‘el enemigo número uno ya no son los actores no estatales y terroristas', sino en específico dice China, Rusia, Corea del Norte, Irán, entre otros países”, señala el experto.
Pero entre estos Estados, Trump resalta la amenaza que representa China para sus intereses, “porque es un actor que puede ofrecer una competencia a largo tiempo con un resultado ciertamente incierto para las partes”.
“Para confrontar a China lo que hace EEUU es reducir los costos que tiene el país en el mundo, de esta forma la estrategia de Trump ha sido pasarles responsabilidades a sus aliados regionales para resolver ciertos problemas, en el caso de Oriente Medio lo vemos con Israel y Arabia Saudita”.
Al seguir esta nueva estrategia, reitera el académico, Washington reduce sus gastos en términos monetarios y así puede canalizarlos para fortalecer su economía y su Ejército para enfrentar a China en lo económico, pero también a Rusia a nivel militar.
Por su parte, para Víctor Manuel Mijares, investigador y docente de la Universidad de los Andes, la tendencia de retirada de EEUU de esta zona podría mantenerse si Donald Trump es reelegido en las elecciones presidenciales de 2020.
“La visión política de Trump se asemeja a lo que se conoce como una Doctrina Jacksoniana. El señor Jackson planteaba que los intereses de EEUU debían ser fundamentalmente económicos, que se debían mantener poderío militar pero no usarlo a menos que sus intereses económicos vitales estuviesen en juego”.
Rusia ha sabido adaptarse al nuevo panorama geopolítico. Moscú amplió la venta de armas en la región e impulsó negocios con aliados estadounidenses como Turquía y Arabia Saudita, naciones que aprovecharon los avances armamentísticos rusos y los bajos costos de estos para adquirir modernos sistemas de defensa, enfatiza Rayran.
Con Riad, Moscú firmó varios acuerdos militares de transferencia de tecnología para la producción de armamento ruso en territorio saudí. En octubre de este año, las dos naciones sellaron acuerdos en sectores como la energía, el turismo, el comercio, la minería, la industria aeronáutica y la cultura, entre otros.
Según Putin el intercambio comercial entre los dos países aumentó en un 15 %, llegando a los USD 1.000 millones de dólares en 2018.
Con Israel, señala Rayran, Moscú ha tratado de funcionar como interlocutor entre Irán y Tel Aviv. El gobierno israelí le ha pedido a Rusia convencer a Irán de que este reduzca o limite su apoyo a grupos chiítas como Hezbolá.
Varios analistas internacionales explican que el detrimento de influencia de Washington en la zona está relacionado con su imposibilidad de proyectar su influencia política sobre estos grupos. EEUU no ha logrado controlar las complejas dinámicas políticas de estos grupos, identidades que no están sustentadas en intereses económicos o meramente políticos sino en identidades nacionales, religiosas y étnicas.
Sin embargo, Mijares no cree posible que Rusia pueda reemplazar a EEUU en la zona. Para el analista, Moscú no tiene las mimas capacidades que Washington en términos de volumen de presencia económica y sobretodo militar.
En este sentido, el Kremlin podría llenar algunos vacíos como se ha visto en Siria y posiblemente en el Mediterráneo oriental, con algunas relaciones privilegiadas en el caso de venta de armas, resalta el experto.
Pero Mijares si ve posible la generación de una nueva dinámica de relaciones en Oriente Medio, donde efectivamente se podrían ver relaciones poco naturales como la cooperación militar, no abierta pero de algún modo palpable, entre Israel y Arabia Saudita para contener una mayor expansión de los intereses de Irán en la región.
Pese a las metas de Trump de alejarse de las intervenciones en la región, ninguno de los expertos considera que se pueda hablar de un post Estados Unidos en Oriente Medio.
“EEUU tiene unos intereses permanentes en esta zona y esos intereses permanentes fueron delineados en su momento en los años 70 por el presidente Carter. La oficina de Carter planteó que EEUU se iba a reservar el derecho de intervenir en Oriente Medio si la seguridad energética del país estaba en riesgo”, resalta Mijares.
El analista enfatiza en las grandes reservas de hidrocarburos de la zona y los aliados estadounidenses, como Israel, como razones para mantener a Washington en la región.
“Podríamos estar ante la presencia de una nueva forma de política exterior de EEUU que va a estar muy ligada a la polarización interna del país. De esta forma podríamos ver contradicciones, ires y venires de la política exterior estadounidense en Oriente Medio”, agrega el experto.
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