
CIUDAD DE MÉXICO
Después de que Andrés Manuel López Obrador terminó su discurso durante la toma de posesión como presidente este sábado, el Zócalo de Ciudad de México estalló en una euforia como si hubiera ganado la selección de fútbol mexicana.
"¡Presidente, Presidente, Presidente!", gritaban los asistentes, quienes se habían apostado desde las 8 de la mañana mientras ondeaban banderas con su rostro, golpeaban tambores y esperaban la llegada de López Obrador al Palacio Nacional.
Las reacciones fueron radicalmente distintas, a comparación de los expresidentes Felipe Calderón (2006-2012) y Enrique Peña Nieto (2012-2018), cuyas tomas de posesión se desenvolvieron con operativos contra las protestas masivas y congresistas de la oposición que interrumpían el protocolo.
Al atardecer, luego de que sostuviera una cena con jefes de Estado y representantes del extranjero, López Obrador salió por la puerta del Palacio Nacional saludando a sus seguidores para subir al escenario donde una comitiva de comunidades originarias y pueblos indígenas ya lo esperaban.
En medio de inciensos, trajes típicos y sonidos de un cuerno, los indígenas comenzaron su rito: pidieron a todos los asistentes, incluido el presidente, levantar los brazos y voltear sus cuerpos hacia los cuatro puntos cardinales. "Que el sentido de hermandad reine en todo México", rezaba el sacerdote indígena.
Durante el silencio del rito, los votantes del político de izquierda soltaban globos blancos de helio, se hincaban y cerraban sus ojos. "Hacemos entrega de este bastón sagrado que será la guía de usted para gobernar este país siempre y cuando sean primero nosotros los pueblos indígenas", decía el sacerdote.
López Obrador tomó el bastón lleno de tejidos étnicos, el cual tenía en la punta una figura del dios Quetzalcóatl, conocido en la cultura prehispánica mexicana como la serpiente emplumada, el símbolo de mayor rango entre las diferentes deidades.
"Después de la purificación a la investidura presidencial por los pueblos indígenas voy a resumir en una frase lo que buscamos: ¡la purificación de la vida pública de México!", dijo AMLO. Seguido de ello, el Zócalo nuevamente retumbó.
Para ese momento, ya cuando había caído la noche, los asistentes seguían llegando desde diferentes regiones de la República mexicana.
Al pasar a los compromisos, López Obrador inició alzando la voz al tiempo que el viento lo despeinaba: "Se va a acabar la corrupción".
Enseguida mencionó que el próximo lunes pondría en venta el oneroso avión presidencial adquirido durante la administración de Felipe Calderón y entregado a la de Peña Nieto, quien lo ocupó para sus viajes a otros países.
Junto al avión, dijo que no habría para los funcionarios viajes ostentosos, comidas lujosas, automóviles, helicópteros, avionetas o cualquier medio de transporte que costara recursos públicos a su gobierno como parte del Plan de Austeridad de la Cuarta Transformación.
"¡Eso de las reuniones con contratistas se acabó!", exclamó en relación a las constructoras que se reúnen con altos funcionarios para acordar contratos de obra pública defectuosos.
También enlistó los programas sociales, pensiones y becas a estudiantes, discapacitados, adultos de la tercera edad, así como esquemas de desarrollo en zonas de pobreza del sureste, principalmente con el megaproyecto "Tren Maya", que recorrerá áreas selváticas y costeras.
Sin embargo, no dejó de insistir en el combate a la corrupción en la administración pública, por lo que señaló que los sueldos de los altos servidores públicos bajarán para que se aumente el de los bajos que siempre han percibido menos.
"Se van a acabar los lujos en el gobierno", concluyó López Obrador.
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