La dura realidad de la comunidad beduina en la Franja de Gaza
En un rincón de la ciudad de Gaza, las familias sin tierra encuentran pocas oportunidades de empleo o alivio a los frecuentes cortes de electricidad.

GAZA, Palestina
Los roedores se mueven entre las ollas y los sartenes en las sombras de la improvisada cocina de Akram y Naeema Abu Shwayshe.
Ellos viven en un refugio improvisado construido con ladrillo y techo de lata, aún más descuidado que la mayoría de los que se encuentran en Gaza, el enclave costero que ha pasado por repetidas guerras y bloqueos, y el lugar donde los niños de la familia duermen tumbados sobre dos colchones.
La comunidad beduina sin tierra en el barrio obrero de Zeitoun, en Gaza, está acostumbrada a vivir con dificultades, pero a sus problemas se ha sumado el hecho de que desde hace ocho meses tienen cortes de electricidad.
Si bien la mayor parte de Gaza funciona con cuatro horas de energía al día, los beduinos dicen que en sus destartaladas habitaciones, construidas en terrenos del gobierno, ya han aprendido a vivir sin electricidad.
Sin dinero para gas, ellos hornean su propio pan sobre leña, en una cocina que consiste en un pequeño espacio con prendas de ropa encima. Los pantalones están en la esquina y las pilas de ropa para lavar están en otra.
“Tengo que aceptar esto. ¿Qué más hago? ¿Debería robar?”, se cuestiona Akram Abu Shwayshe. “No puedo. Yo soy musulmán”.
Trabajar, dice él, ayudaría, pero la crisis económica en Gaza, que ha llevado a los problemas con la electricidad, ha forzado a que muchas empresas reduzcan sus horas de operación o se cierren por completo.
Recientemente, Abu Shwayshe hizo un pequeño turno como guardia de seguridad para unas personas que lo quisieron ayudar, pagándole 250 shékel (cerca de USD 70) por una semana de trabajo.
En el pasado, usó un caballo que le donaron para trabajar transportando materiales de construcción y escombros -un trabajo en demanda después de las recientes guerras de Gaza- pero se lo heredó a sus dos hijos mayores (de 16 hijos) antes de que el animal muriera, hace casi dos años.
Obtener ayuda es difícil, y la mayoría depende de donaciones privadas de personas que conocen. Incluso los comités de la mezquita le han negado dinero, por su falta de lealtad política.
La escasez de combustible causada por una discusión sobre las cuotas de combustible entre Hamas, que gobernó la Franja de Gaza desde 2007, y la Autoridad Palestina (AP), con sede en Cisjordania, desencadenó una crisis eléctrica en marzo, pero el problema se ha agudizado desde que la AP también redujo sus pagos a Israel.
En su intento por presionar a Hamas, el presidente palestino, Mahmoud Abbas, también cortó el suministro de medicamentos a Gaza, que se ha enfrentado a un bloqueo impuesto por Israel y Egipto durante una década.
Esa escasez ha afectado a Abu Shwaysheh y al hijo menor de su esposa, que sufre de asma.
Las partes se han comprometido públicamente a un proceso de reconciliación en los últimos dos meses, pero las medidas punitivas aún no se han eliminado.
"Lo llevé al hospital, pero como no tienen el medicamento, me dijeron que yo tenía que cuidarlo durante un mes", dice Naaema, su esposa, de 34 años, mientras se oye la tos ronca del niño de un año.
"¿Cómo puedo hacer eso, con todos estos niños aquí?", pregunta Naaema. "Siento que me estoy muriendo, viendo a mi bebé sufrir".
Al otro lado de una alambrada corta, Rami Radaween, de 35 años, vive con su familia en un refugio hecho con hojas de estaño.
Una vez tuvieron una habitación simple con paredes de ladrillo, construida con la ayuda de un donante, pero tuvieron que mudarse cuando se decidió que la tierra del gobierno sería utilizada para otro fin.
El único ventilador que él tiene trabaja solo una hora al día y, debido a que el refugio de estaño absorbe el calor y lo hace invivible, la familia pasa su tiempo afuera, en una carpa improvisada.
"La mitad de nuestra vida se gasta aquí. Cada mañana, hacemos nuestra comida, hacemos nuestro té, hacemos todo aquí", le dijo Radaween a la Agencia Anadolu.
Un burro fatigado, merodeando fuera de su casa, es su sustento. El animal era usado para tirar de un carro con el que Radaween recogía desechos plásticos de las áreas circundantes, hasta que un día el animal se sobresaltó por un repentino corte de energía, arrojó a Radaween, le hirió la cadera y lo dejó incapacitado para trabajar por un buen tiempo.
"Todo lo que necesito es trabajo. Con trabajo esto sería mejor. Todo lo que espero en esta vida es tener un lugar para vivir, no como este. Necesito solo 300 shekels por mes", dice.
La familia de Radaween eran refugiados beduinos de Tel as-Sabi en el desierto de Negev, y por eso hoy no tienen tierra en Gaza.
Sus hijos deberían ser elegibles para estudiar en una de las escuelas de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), pero van a la escuela del gobierno local, por lo que tiene que buscar dinero para materiales y uniformes, porque sino le costaría cinco shekels por niño transportarlos a las escuelas de la UNRWA.
Además del refugio limitado, donado por una organización benéfica jordana, Radaween recibe poca o ninguna asistencia de las agencias o autoridades de asistencia. Él ha pedido alojamiento, pero en el enclave abarrotado con aproximadamente dos millones de personas. El departamento de vivienda dice que no hay apartamentos gratis.
"Ningún político viene de visita aquí", dice. "Nadie se preocupa por nosotros. Pero gracias a Alá, estoy bien. Tengo mi salud".
*Maria Paula Triviño contribuyó con la redacción de esta nota.
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