La casa hacinada en donde viven 102 desplazados indígenas en Bogotá
En una casa de 150 metros viven 102 indígenas del pueblo Wounaan, entre sus propias creencias y alabanzas a Jesús, que fueron desplazados por grupos armados en Colombia.

Colombia
Una comunidad indígena de 102 personas, entre los que hay 49 niños del pueblo originario Wounaan, vive en una casa de dos pisos y una terraza en Ciudad Bolívar, una de las zonas más pobres de Bogotá, la capital colombiana.
Para ellos, los días pasan entre alabanzas a Jesús, de quien esperan un milagro que los lleve de vuelta al campo y a los cultivos. Ninguno trabaja y se dedican toda la jornada a la oración. Le temen a la vida urbana y no quieren que sus niños se muevan por las calles del lugar donde viven, ya que las consideran fuente de drogadicción y un riesgo de muerte. Se describen como desplazados por los grupos armados que actúan en la localidad de Pichimá, en el municipio Litoral San Juan, de la región del Chocó, de donde son originarios.
El hacinamiento en el que viven los indígenas fue descubierto por una división religiosa de los miembros de la comunidad Wounaan. Los dirigentes del cabildo denunciaron que las personas de la casa profesan unos ritos espirituales que no son aceptados de acuerdo con las tradiciones indígenas y a los que catalogan como falsos.
El secretario general del cabildo Wounaan, José Leru Dura, le aseguró a la Agencia Anadolu que las creencias de los indígenas hacinados en Ciudad Bolívar invaden la cultura de su pueblo y son usadas para que los niños no vayan a las escuelas de la zona. “Como cabildo hemos hablado con ellos, pero impiden la ayuda de las autoridades indígenas, del gobernador y dicen que los rezos los llevará directamente al cielo. Hablan con un Dios. Nosotros para ellos éramos el diablo”, afirmó.
Dura relató que los indígenas en la casa hacen parte de una secta que le reza a Jesús, pero niegan ser cristianos. Sus líderes no les permiten a sus miembros el descanso, al considerar que dormir es un acto que se sale de las leyes de Dios.
“Dijeron que nuestra cultura no es para ellos, que eso era una locura del diablo. Al analizar el caso vimos que se salía de las normas religiosas [indígenas]. Hablamos con ellos y amenazaron al gobernador Wounaan”, manifestó Dura.
Uno de los líderes de los indígenas desplazados, Mistrico Carpio, le afirmó a la Agencia Anadolu que en la casa alaban a Jesús, no creen en la Biblia y consideran que su situación de hacinamiento la resolverá Dios.
“La verdad nosotros somos unas personas normales. Hay una confusión y lo que no les gustó es que estamos creyendo en la palabra de Dios”, manifestó Carpio.
El líder indígena explicó que los niños son educados al interior de la casa y que se niegan a que salgan de la vivienda por el peligro de la zona en la que se encuentran, donde un menor de su comunidad fue asesinado en junio pasado en su camino a la escuela.
Carpio aseguró que el distrito les da bonos para la compra de comida y se muestra preocupado por su futuro, ya que desconoce si serán expulsados de la vivienda.
Otro de los residentes de la casa, Modesto García, narró que su comunidad necesita la reubicación territorial en una región cálida de Colombia, como Huila, con algunas hectáreas para la siembra de naranjas, maíz, yuca, y la cría de pollos para su consumo.
“Hay una finca en Huila solitaria donde podemos estar en paz y en solidaridad. Allá podemos cultivar y sembrar porque en el territorio vivíamos de eso”, aseveró García.
La casa del hacinamiento fue arrendada por la Alcaldía de Bogotá, que dispuso ese espacio para atender a tres familias indígenas y que se convirtió en el sitio de llegada de decenas de personas de la comunidad que encontraron en esta vivienda una oportunidad de salida de su convulsionado territorio.
Los indígenas hacinados se niegan a dejar la vivienda y vivir en siete apartamentos, como se los han propuesto las autoridades bogotanas, según indican. Los integrantes de la comunidad desean estar en grupo, como lo estaban en sus tierras antes de llegar a la ciudad.
La posibilidad de retorno a su región de origen también la descartan, por la inseguridad de la zona. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) ha denunciado que en 2017 en el Pacífico colombiano, donde se encuentra el Litoral de San Juan, la población se ha desplazado por enfrentamientos entre grupos armados, presuntamente entre la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional y el Clan del Golfo.
La Alcaldía de la capital colombiana conoce la situación y en un acta de una visita a la casa asegura que estudian rutas para la atención de la salud de la comunidad y el acceso a la educación de los niños.
La comunidad aguarda su futuro y en el periplo aseguran que continuarán unidos en la casa con sus alabanzas a Jesús.
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