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Geraldo Alckmin, cara del establecimiento brasileño en presidenciales

Ocupó el puesto de gobernador de Sao Paulo entre 2001 y 2006, otra vez entre 2011 y 2018. Renunció al cargo en abril para aspirar a la presidencia de Brasil con el apoyo de cerca de 130 parlamentarios en el Congreso.

1 23  | 01.10.2018 - Actualızacıón : 02.10.2018
Geraldo Alckmin, cara del establecimiento brasileño en presidenciales El exgobernador del estado de Sao Paulo y candidato presidencial Geraldo Alckim durante un acto en la ciudad de Sao Paulo. (Humberto Souza)

Brasil

Por: Joana Oliveira

A los 65 años, Geraldo Alckmin, candidato a la presidencia de Brasil por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), el más tradicional partido de centro-derecha del país, es un tipo de voz suave, poco carisma, perfil discreto y costumbres de un hombre de pueblo. Y, al mismo tiempo, está considerado uno de los 60 hombres más poderosos del país.

Originario de una pequeña ciudad del Estado de São Paulo, Alckmin se inició en la vida política a los 19 años como concejal por el Movimiento Democrático Brasileño. Aunque se formó como médico anestesista, ejerció como alcalde, diputado estatal y diputado federal hasta crear, en 1990, el PSDB, al lado de nombres como el del expresidente Fernando Henrique Cardoso y José Serra.

Por cuatro veces, Alckmin ocupó el puesto de gobernador del Estado más rico de Brasil, entre 2001 y 2006 y otra vez entre 2011 y 2018. Renunció al cargo el pasado abril para presentarse a los comicios presidenciales y logró el apoyo más codiciado de estas elecciones: el del conglomerado de 12 pequeños partidos de centro-derecha que suman más de 130 parlamentarios en el Congreso.

Ese apoyo lo consolidó como el candidato del establecimiento brasileño. Un político con experiencia, gran negociador entre bastidores y a quien el mercado financiero mira con buenos ojos. Él promete por ejemplo, impulsar el Ibovespa, el principal índice de la bolsa de valores brasileña, para el nivel de 100 mil puntos y reducir el impuesto para las empresas y, así, incentivar inversiones, “como hizo Trump en Estados Unidos”.

A pesar del escenario aparentemente favorable, Alckmin tan solo cuenta hoy con cerca del 8% de las intenciones de voto, de acuerdo con las últimas encuestas. De hecho, fuentes de los partidos que forman su base de apoyo afirman que ya estudian opciones de coalición para la segunda vuelta, que, de momento, se perfila entre el sustituto del expresidente Lula, Fernando Haddad, y el ultraconservador Jair Bolsonaro.

Alckmin ya intentó elegirse presidente en 2006, cuando se presentó a los brasileños de fuera de São Paulo como un “administrador competente” y un “hombre honesto, fiable y ético”, que estudió en escuelas públicas y que trabajó para pagarse la facultad. Aquel entonces fue derrotado por Lula (después de lograr casi 40 millones de votos en la primera vuelta, no pasó de los 37 millones en la segunda).

12 años después, su discurso ha cambiado poco, pero quizá perdió un poco de efecto debido a los escándalos de corrupción que, si bien no lo relacionan directamente, marcaron su último período en el Gobierno de São Paulo.

La constructora Odebrecht denunció la existencia de un cartel en las obras del metro —con una supuesta mención al nombre de Alckmin, con el sobrenombre de Santo en la lista de coimas de la empresa—, y la Secretaría de Educación fue investigada por irregularidades en la compra de la merienda de los alumnos de las escuelas públicas del Estado.

El candidato niega tener relación con cualquier irregularidad administrativa y afirma que esas acusaciones le molestan. Alckmin recuerda a menudo una de las enseñanzas de su padre, quien fue su “mayor ídolo”: quien se enriqueció en la política es ladrón.

“Él es un gestor preocupado por los resultados y se lo exige mucho a sus auxiliares”, comenta Floriano Pesaro, diputado que trabajó con Alckmin en uno de sus gobiernos en Sao Paulo. “Yo lo considero un político desconfiado, tiene pocos amigos”, añade. A pesar del bajo perfil, sus colegas dicen que al candidato le gusta contar historias, desde anécdotas políticas hasta cuentos de su ciudad natal.

Amante de la comida simple, su estilo modesto hizo que algunos de sus compañeros le llamaran la atención por llevar ropa excesivamente gastada. “Él siempre tuvo el perfil de una vida modesta. Su vida es el trabajo y la familia. Él trabaja sábado, domingo y festivos”, dice el diputado federal Silvio Torres, su amigo. Alckmin también va a misa todos los domingos, a veces más de una vez.

Su gran habilidad para negociar entre los bastidores políticos y descongestionar los caminos hacia el poder le ha generado también algunas enemistades. Es el caso de su compañero de partido y alcalde de Manaos (capital del Estado de Amazonas), Arthur Virgilio. “Es uno de los hombres públicos más banales, lleno de golpes, lleno de historietas, de pequeños trucos. Tengo una impresión muy mala de él hoy. Siento total incompatibilidad con la idea de votar en él. No le tengo respecto”, afirma.



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