Experto: la migración no es una crisis, "será entendida como parte de la cultura de una nación"
Loren Landau, un académico e investigador sobre la migración, visitó Colombia y analizó las similitudes y diferencias que tiene el éxodo venezolano con los procesos migratorios del sur de África.

Medellín
Por: José Ricardo Báez G.
Loren B. Landau es un estadounidense nieto de refugiados europeos que huyeron de Stalin. De hecho, muchos miembros de su familia no pudieron escapar y fueron asesinados por el régimen soviético. Su familia, por suerte, llegó a un pequeño pueblo al oriente de EEUU, en Oregon, llamado Corvallis, y por eso decidió dedicar su vida al tema de la migración.
Por los últimos 20 años ha trabajado en temas de migración africana como jefe investigador del Centro para la Migración y la Sociedad de la Universidad del Witwatersrand en Sudáfrica y ha sido profesor invitado de la Universidad de Princeton y la Universidad de Georgetown en EEUU.
Además, ha estudiado a profundidad la violencia y discriminación contra inmigrantes con el sistema de observación Xenowatch, que permite seguir incidentes de violencia y discriminación contra extranjeros y ha servido para desarrollar estrategias políticas de migración en el país africano.
“Siempre he estado interesado en la migración y en la conexión entre la gente que se mueve y el surgimiento de nuevas políticas e identidades”, aseguró Landau para la Agencia Anadolu en su visita a Medellín para el Foro 'La migración en palabras: cómo contar el éxodo que nos cambió para siempre', una iniciativa de USAID, ACDI/VOCA y el diario El Tiempo.
Paralelos entre países
Para Landau existen muchos paralelos entre la migración en Sudáfrica y Colombia. Por ejemplo, ambos son destinos importantes de migrantes en la región, en especial de países vecinos. Sudáfrica es el país que más recibe migrantes africanos en el mundo y por muchos años, antes de la guerra en Siria, era el país que más recibía peticiones de asilo.
“Las discusiones globales sobre migración se han centrado en latinoamericanos entrando a EEUU, o africanos y sirios llegando a Europa. El hecho de que ambos países estén en el sur global hace que compartan un marco de referencia muy similar”, aseguró Landau.
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Tanto Sudáfrica como Colombia atraviesan procesos políticos para superar un pasado traumático. Por culpa de esos conflictos aún existen ciudadanos que han sido marginados y viven en situaciones de pobreza extrema y altos niveles de desigualdad. Según Landau, ahí es donde reside el problema que desata la xenofobia, pues se les pide a las comunidades más pobres del país que reciban a los migrantes. Al hacerlo hay una percepción de que el gobierno le abre los brazos a los foráneos y pasa por encima de las necesidades aún insatisfechas de estas comunidades.
Contrario a lo que sucede en Colombia, en Sudáfrica hay un sentimiento muy fuerte antinmigrante. Cerca del 40% de la población cree que el país estaría mejor sin ellos: “Lo que uno ve en lugares como Líbano o Colombia donde se recibe de manera amigable a los migrantes, es un reconocimiento cultural muy fuerte: tienen el mismo lenguaje, la misma comida. En Sudáfrica esto no sucede, la gente que llega es vista como personas muy diferentes, inclusive si hablan un lenguaje similar o tienen contextos culturales semejantes”.
Para el académico es muy importante entender que no hablamos de personas que vienen de un país a otro, sino personas que entran a un espacio en particular: los vecindarios. En ese nivel es donde inician los conflictos xenófobos, pero también es allí donde se ven muestras de solidaridad: “Colombia no está en el mismo momento en el que está Sudáfrica, lo que es una cosa muy buena. Pero temo que, en la medida en que la situación evolucione, sucedan cosas terribles".
Uso político de los migrantes
En Sudáfrica el debate político nacional en un principio era muy amable con los migrantes, pero con el tiempo esa actitud cambió y empezaron a usar a los extranjeros como una estrategia populista: “Esto es algo que inicia en las calles, y luego los políticos empiezan a hacer eco de ese lenguaje”, afirma Landau.
El alcalde de Johannesburgo, Hernan Mashaba, quien además es un admirador de las políticas migratorias de Donald Trump, ha usado este discurso como disculpa por el estancamiento económico del país. De igual manera en 2015, uno de los líderes de la etnia zulú, el rey Goodwill Zwelithini, calificó de piojos y hormigas a los inmigrantes, un lenguaje muy similar al usado en Ruanda antes del genocidio.
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En Sudáfrica la discriminación ha tomado formas brutales y violentas. La semana siguiente, luego de que el rey zulú hiciera su declaración, unas 15 personas fueron asesinadas y otras 30.000 fueron forzadas a dejar sus casas o negocios por ciudadanos de pocos recursos que intentaban tomar las propiedades de los extranjeros como reclamo por las injusticias sociales del país.
El caso más brutal fue el del 2008, cuando Ernesto Nhamuave, un hombre de Mozambique, fue quemado vivo en el asentamiento Ramaphosa frente a los medios y la policía: “En nuestro sistema de monitoreo hemos estimado que unos 100 migrantes son asesinados cada año en lo que se podría determinar como violencia xenófoba”, subraya Landau.
Un nuevo lenguaje hacia el migrante
Para Landau hay un uso equivocado del lenguaje cuando se habla acerca de los migrantes. “En general, cuando se busca apoyo hacia los migrantes se usa un lenguaje de crisis, vulnerabilidad, lástima, un lenguaje moral que le adeuda a los migrantes algo por su sufrimiento, y subrayamos su miseria y necesidad”.
Ese lenguaje, según el Landau, es una forma de amenaza contra los ciudadanos más necesitados del país, que aún esperan soluciones frente a su propia miseria y desplazamiento. Amenaza porque ven que llega gente más necesitada que ellos y reciben ayudas de fondos internacionales, mientras a ellos, que llevan años en la misma situación, no se les ha dado nada.
Por eso, el investigador promulga un uso diferente del lenguaje que normaliza el movimiento: “En vez de usar un lenguaje de crisis, resaltamos las conexiones y que ellos se van a quedar. Tenemos que dejar de pensar en los migrantes como una categoría excepcional, como gente que es diferente a nosotros, sino entender que son parte de la diversidad y los retos que debemos enfrentar. No es una crisis de un momento, esto es parte del futuro de Sudáfrica y Colombia”.
En pocas palabras, hay que cambiar el lenguaje que usamos sobre la migración y los migrantes. Según el académico, es difícil desarrollar una ética basada en su miseria, en cambio, es necesario construir una que les permita ser parte de la comunidad. Por eso, asegura, hay que intervenir en las comunidades más necesitadas, no solo para ayudar a los migrantes, sino también a los ciudadanos más pobres que viven allí.
Una vez suceda esto la migración será entendida como parte de la cultura de una nación: “La cultura puede cambiar, nunca es algo fijo. Cuando pensamos en lo que significa ser francés, ser estadounidense, ser alemán, ser colombiano, significaba algo totalmente diferente hace cien años atrás, si es que siquiera existía. Por ejemplo, ser turco: la idea de Turquía como un solo país surge con Ataturk y tiene apenas cien años de antigüedad. Tenemos que encontrar formas dentro de nuestra cultura en que podamos acoger a los migrantes”.
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