Así se vive la drástica cuarentena en Caracas, Venezuela
Los cuerpos de seguridad del Estado velan por el cumplimiento de la medida oficial, que desde este martes se amplió a todo el territorio nacional y solo excluye a los sectores de alimentación, salud y seguridad.

BOGOTÁ, Colombia
CARACAS, Venezuela
Venezuela se unió tarde a la pandemia del COVID-19, pero ha tomado las medidas más drásticas. La cuarentena, que el lunes solo se cumplía en seis estados y en el Distrito Capital, con apenas 16 casos confirmados, se extendió a todo el territorio nacional a partir de la madrugada de este martes, luego de que se anunciara oficialmente que los casos se habían duplicado de un día para el otro. Hasta la noche de este martes, la cuenta iba por 36, según la vicepresidenta Delcy Rodríguez.
Al momento de hacer el más reciente anuncio oficial, Rodríguez informó que apretarían más: que a partir de este miércoles solo se permitiría el ingreso al sistema de Metro y Ferrocarriles –que continúa funcionando– a trabajadores de los sectores exceptuados con la medida de cuarentena, es decir, únicamente salud, alimentación y seguridad, e insistió en que estos debían obligatoriamente llevar tapabocas, un insumo difícil de encontrar en el país incluso antes de que se anunciaran los primeros dos casos, el pasado viernes, lo que ha llevado a algunos a improvisarlos de las maneras más creativas: con telas, papel absorbente, gasas o, incluso, ropa interior.
Pero muchos de estos trabajadores –en una ciudad poco conectada bajo tierra–, por falta de transporte público superficial no están llegando a sus puestos de trabajo. Así, por ejemplo, en una urbanización al sureste de Caracas, tomaron la decisión el lunes de prescindir del personal privado de seguridad durante la contingencia, ante la imposibilidad de que estos llegaran hasta el lugar. Decidieron entonces acuartelarse más: entre 8:00 p.m. y 6:00 a.m. cierran completamente la calle.
Ya el tránsito vehicular está limitado desde este martes. Los cuerpos de seguridad del Estado –los mismos que detienen unidades de transporte superficial para bajar a quienes no lleven tapabocas– trancaron las principales arterias viales para impedir el tráfico entre municipios y estados. Así, aunque establecimientos de comida -solo con productos para llevar- y farmacias están abiertos en un horario también limitado, los ciudadanos están obligados a acudir a los más cercanos a su hogar.
Estos establecimientos también aumentaron sus medidas. La principal cadena de farmacias del país informó que dentro de sus recintos solo podrían estar, en simultáneo, diez compradores, y que los demás debían esperar afuera, en filas, guardando una distancia de un metro entre uno y otro; la misma distancia prudencial que pedían en la fila para pagar.
Hace una semana esta parecía una realidad muy distante. El pasado miércoles las actividades de los venezolanos transcurrían con total normalidad, aun cuando ese día ya se reportaban 118.000 casos de infectados en 114 países del mundo -incluidos los vecinos-, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) hacía la clasificación de pandemia.
Pero como el gobierno de Nicolás Maduro insistía en que en Venezuela no se habían confirmado casos, las actividades académicas, laborales y sociales continuaban sin mayor restricción.
El pasado martes, de hecho, hubo marchas de ambos bandos políticos en Caracas, y aunque había cierta preocupación por la inminente llegada del coronavirus a un país con un sistema de salud tan deteriorado, entre los miles de ciudadanos que salieron a las calles nadie prestó mayor atención a los comerciantes informales que aprovechaban la ocasión para ofrecer tapabocas a 1 dólar.
El viernes, sin embargo, todo cambió rápidamente, y algunos recordarían a estos comerciantes mientras recorrían farmacias de la capital y escuchaban lo que algún trabajador repetía incansablemente en la puerta: no hay tapabocas, ni antibacterial en ninguna presentación, ni alcohol isopropílico, ni guantes, ni ningún tipo de vitamina.
A la escasez de estos productos necesarios para la contingencia se suma una carencia mayor: la del agua, lo que dificulta aún más cumplir con las medidas preventivas para evitar la propagación del virus. Hay zonas de Caracas a las que no ha entrado agua por tuberías desde hace semanas, mientras en otros casos han pasado meses. Y a medida que pasan los días se dificulta más conseguir camiones cisterna, de por sí impagables para la mayoría de los venezolanos.
Más temprano, aquel viernes que empezó todo, y que ahora luce tan distante, las actividades académicas fueron interrumpidas en algunos centros de educación preescolar y básica de la capital, por padres nerviosos que retiraron a sus hijos antes de tiempo tras los primeros rumores.
Antes de que el Gobierno reconociera los primeros dos casos se había conocido extraoficialmente de un primer caso por el llamado de una madre al plantel privado en el que estudiaba su hijo, al este de Caracas, para informar que había dado positivo en la prueba. Esto llevó a las autoridades escolares a notificar a los demás padres que debían retirar a sus hijos.
La información se divulgó rápidamente a través de las redes sociales, llegó a la prensa libre y unos pocos minutos después la vicepresidenta Rodríguez anunció los primeros dos casos. En Caracas, rápidamente se llenaron los supermercados, farmacias y estaciones de servicio; muy pocos habían tomado la previsión de abastecerse con anterioridad. En las demás regiones del país también buscaron abastecerse de todo, excepto de combustible, ya que de este ya hay una escasez. Las personas hacían largas filas, primero, para poder ingresar a estos establecimientos, y después para poder pagar. Algunos recordarían las largas filas para surtirse de combustible en la época de los apagones, apenas hace un año.
De los supermercados muchos salían con carritos repletos de productos “hasta para un mes”, según decían algunos compradores. Llevaban bultos de harina, de arroz, de cualquier cosa, mientras cajeras y empacadores se lamentaban: “¿Cómo iremos a hacer los pobres?”. En Venezuela, el sueldo mínimo integral equivale a poco más de cinco dólares, con lo que apenas se puede comprar un cartón de 30 huevos y, con suerte, unos 500 gramos de queso.
También están preocupados aquellos venezolanos con trabajos informales, como el mototaxista Vladimir Ramírez y su esposa, una empleada doméstica. Ambos viven al día, de lo que hacen en la jornada. “No tengo nada de comida en la casa para la familia, ni tapabocas, ni nada para lavarnos las manos”, relató Ramírez desde su humilde vivienda al oeste de Caracas.
El régimen chavista, sin embargo, informó que este miércoles desplegaría a sus Comités Locales de Abastecimiento y Producción para repartir alimentos subsidiados.
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