
RÍO DE JANEIRO, Brasil
Después de semanas en las que solo se ha hablado de la violencia que golpea Río de Janeiro, las favelas de la ciudad maravillosa están de fiesta. Este sábado se ha celebrado la final de la Copa de las Favelas, el mayor campeonato de fútbol entre comunidades pobres del mundo.
Ochenta equipos (64 masculinos y 16 femeninos), compuestos por 96 mil jóvenes, en total, disputaron desde enero la competición, que es una iniciativa de la Central Única de Favelas (CUFA), una organización social que, desde hace dos décadas, realiza proyectos de educación y cultura con esa población.
El equipo Caixa D’Água, de la comunidad Padre Miguel, se ha consagrado campeona de la séptima edición del torneo (que se realiza desde 2012), tanto en la competición femenina como en la masculina, en los partidos realizados en el estadio Moça Bonita, ante un público de 10.000 personas.
Las mujeres han ganado por 2 a 1 al Corte Oito, de la comunidad Duque de Caixas, y los hombres han marcado 3 a 2 contra el Vila Aliança, de Bangu.
Para los jugadores, el trofeo no es, sin embargo, lo más importante que se llevarán a casa. “La Copa es una oportunidad para demostrar que el tráfico de drogas y la violencia no son lo único que existe en las favelas. También hay deporte, cultura y educación”, afirma Lucas Feitosa, de 17 años, lateral izquierdo del Caixa D’Água.
El principal objetivo del proyecto es la inserción social de los jóvenes provenientes de la periferia, cuenta Mário Sergio Love, coordinador de Deportes de la CUFA. “Utilizamos el fútbol como herramienta pedagógica y social, ofreciendo a esos niños y adolescentes algún sentido de protagonismo en la sociedad”, explica a la Agencia Anadolu.
Los niños y niñas entrenan desde los cinco hasta los 20 años. En el campeonato participan niños de entre 14 y 17 años y niñas a partir de 15 años. “No ponemos un límite máximo de edad en los equipos femeninos, porque todavía es muy complicado encontrar mujeres que quieran jugar. Muchas sufren prejuicios dentro de sus propias casas. La jugadora más mayor tiene 33”, cuenta Love.
"En general, creo que todavía existe una cierta resistencia a la aceptación de la modalidad femenina en muchos deportes, pero la fuerza de voluntad de las niñas hace que ellas consigan superar tranquilamente ese problema y hacer lo que más les gusta, que es jugar al fútbol", dice Joyce Brandão, auxiliar técnica del Caixa D’Água, la única favela a disputar el trofeo en ambas categorías.
Uno de los ejes de la Copa de las Favelas es la formación profesional y los coordinadores buscan la colaboración de instituciones que puedan ofrecer becas de estudios universitarios a los jóvenes después que estos salen del proyecto.
“Les enseñamos desde el primero momento que, para jugar al fútbol, también hay que estudiar. Y si no todos pueden llegar a ser un Neymar, sí pueden trabajar de otras maneras en el mundo deportivo como médicos, abogados o lo que quieran”, explica Luciano Mattos, entrenador de Caixa D’Água.
Actualmente, 10 exjugadoras del equipo estudian fisioterapia o educación física y trabajan en equipos de São Paulo, Río y Brasilia. Una de ellas realiza el proceso de selección para jugar en el Fluminense, uno de los grandes equipos de la primera división de Río de Janeiro.
“La Copa de las Favelas demuestra que no solo salen bandidos de nuestras comunidades, sino también abogados, profesores, profesionales de salud…”, señala Feitosa. Su “plan B” es una carrera de administración de empresas.
Apoyo de la comunidad
Los jóvenes entrenan de lunes a viernes, de las 8 a las 11 de la mañana, y lo compaginan con la escuela y el trabajo. “Muchos faltan a los entrenamientos debido a esos compromisos”, cuenta Mattos.
Aunque en los últimos años el torneo ha sumado un público incluso más grande que el de muchos partidos clásicos del Campeonato Carioca, llegando a ser retransmitido por canales televisivos dedicados al fútbol, los equipos no cuentan con grandes patrocinadores. Son los vecinos de las favelas quienes ayudan a mantener vivo el proyecto.
El panadero contribuye con las meriendas, las pequeñas tiendas de ropa ofrecen los uniformes y las familias de los jugadores ponen el dinero para comprar lo que más se necesite. “Toda la manutención viene del amor de esos vecinos”, sostiene Mattos.
“Para ellos, es como vivir su propio Mundial”, añade Love. “Además, saben que la Copa les da visibilidad a nuestros jóvenes. Independientemente de los resultados, reconocemos que ellos ya son campeones por enfrentarse a todas las dificultades impuestas por la vida en una comunidad pobre de Río de Janeiro y, aún así, salir adelante”, remata.
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