Cultura

Hip hop: Colombia, México y Cuba se unen en un mismo latir

Artistas de estos tres países hicieron un recorrido por Bogotá para conocer varias iniciativas culturales e intercambiar experiencias.

Emma Jaramillo Bernat  | 02.09.2017 - Actualızacıón : 29.05.2018
Hip hop: Colombia, México y Cuba se unen en un mismo latir En el primer intercambio del Movimiento de expresiones latinoamericanas de hip hop (Melah) participaron 19 artistas de Colombia, México y Cuba. (Lokman İlhan - Agencia Anadolu)

BOGOTÁ, Colombia

Por: Emma Jaramillo Bernat

Como su nombre lo dice, Ciudad Bolívar es eso: una ciudad. Con más de 700.000 habitantes, una superficie de 12.998 hectáreas y 360 barrios, parece más que solo una localidad de Bogotá.

Hasta allí llegaron 19 artistas de Colombia, México y Cuba, para hacer un recorrido por esta zona y, a través de ella, entender la escena hip hop en la capital colombiana.

A pesar de compartir la cultura del hip hop, muchos no se conocían; apenas si habían escuchado su nombre. No sabían que, como ellos, había otros jóvenes latinoamericanos que también hacían música y lideraban proyectos en su comunidad.

Cada uno había construido su propio camino: impartían talleres en cárceles, trabajaban con jóvenes para prevenir la violencia pandillera; fomentaban la disciplina en los niños, promovían la inclusión laboral. O simplemente buscaban recuperar la esencia de su pueblo o fortalecer su lengua ancestral.

El propósito del primer encuentro del Movimiento de expresiones latinoamericanas de hip hop (Melah), del 22 al 27 de agosto, era que intercambiaran sus experiencias y supieran que no estaban solos en esa búsqueda.

Próximos destinos: México y Cuba. 

‘Lluvia’ (izquierda) y Aida Monserrat Vásquez (derecha). (Lokman İlhan - Agencia Anadolu)

Pero el recorrido empieza aquí, en Ciudad Bolívar. A casi una hora de camino desde el centro de Bogotá, esta localidad surgió de forma espontánea.

Desde la década del cuarenta, empezaron a llegar a estas lomas personas provenientes de distintos lugares del país, que buscaban oportunidades en la capital o que se habían visto obligadas a dejar sus territorios por el conflicto armado. 

“En Latinoamérica, la clase social baja se disputa espacios para vivir, que es lo que pasa en Colombia con la gente que ha sido desplazada por la violencia, que llegan a estas partes de la ciudad, a la periferia, para generar barrios de invasión”, explica Johan Duarte, un artista de grafiti, de 30 años, conocido en la escena como K-no Delix.

En el hip hop importan más los nombres artísticos que los propios, porque tú los eliges. Raydel Obrador es El prófugo; Alaín Vásquez es DJ lápiz; Yasel Fuentes es El chamako; a René Díaz se le conoce como Elokuente y Johan es K-no Delix. Él será nuestro guía, porque vive en la localidad, porque la pinta, porque puede explicarla.

Nos cuenta que en los años noventa hubo un paro cívico en Ciudad Bolívar: la población pedía electricidad, acueducto, porque no había nada. Los artistas se unieron con los ciudadanos y, entre todos, obligaron a la Alcaldía a montar la infraestructura que requería la localidad.

“Esas actitudes de protesta —nos explica— son arraigadas dentro del hip hop. Si tú escuchas los versos de los que cantan rap acá vas a escuchar cómo protestan contra la policía corrupta, contra cómo se malversan los dineros. Todos esos temas, que hablan de lo social, tú los ves en el rap”.

En toda Bogotá hay hip (movimiento) hop (conocimiento), pero esta cultura se dio, sobre todo, en los barrios más marginados, “donde estaban las condiciones —de pobreza, de protesta— para que surgiera”. Por eso son las localidades de Ciudad Bolívar, Kennedy, Fontibón, Las Cruces y Suba donde está más arraigado el género. 

El hip hop también se vive intensamente en Soacha, un municipio aledaño a Bogotá que fue creciendo hasta convertirse en una extensión de la ciudad, y donde cada año se realiza el Festival de hip hop de Soacha, al que asisten alrededor de 4000 personas. 

Entre más alto, más frío

Al fondo, las casas sobre la montaña, en Ciudad Bolívar. (Lokman İlhan - Agencia Anadolu)

En la frontera entre Ciudad Bolívar y Soacha está el barrio Altos de Cazucá. Allí, en la montaña, funciona Tiempo de juego, una fundación que busca utilizar el tiempo libre de los jóvenes de una forma positiva.

Inicialmente la fundación tenía un programa enfocado a la práctica del fútbol. Pero una cosa fue llevando a la otra: como los muchachos necesitaban refrigerios, invitaron a sus madres para que se capacitaran en panadería y cocinaran para ellos, ofreciéndoles una alternativa de empleo.

Después, como necesitaban uniformes, crearon un taller para aprender a estampar camisetas, y son los habitantes del barrio los que producen las 1200 unidades que necesita la fundación.

Entre ellos había un grupo que no era tan bueno jugando fútbol, pero sí cantando, así que construyeron un estudio musical improvisado con un armario que encontraron en la calle. Y fue así como le mostraron a la fundación cuál era el paso a seguir: hacer un estudio profesional de grabación donde los jóvenes produjeran su propia música. ¡Eso es Labzuca!

Todo funciona en una misma casa, sencilla, empinada. Se entra por la panadería. En el segundo piso está el taller de impresión de ropa, y en el sótano el estudio de grabación: un cuarto para escuchar música y otro para grabarla. Huele a pan; se escucha el beat. La casa es un organismo vivo.

Pero esta experiencia, que quiere servir de ejemplo para otras comunidades y para los artistas de hip hop que participan en el intercambio, ha logrado, sobre todo, transformar la idea que el barrio tiene de sí mismo.

Cristian Rojas lleva 20 años, de sus 24, viviendo en Altos de Cazucá. Y pasó la mayoría de ese tiempo con un único objetivo en mente: irse de allí “para poder prosperar y ser alguien en la vida”.

“Pero llegó un momento —nos cuenta— en el que comprendí, trabajando en un colegio de aquí, que esas cosas que iba aprendiendo las podía replicar en mi propio barrio, para que los jóvenes que vienen ahoritica puedan tener otra idea de Cazucá”.

Ya no se quiere ir. Trabaja como gestor comunitario de la fundación y se siente muy orgulloso de los 32 videos y 50 canciones que ha producido Labzuca en este año; y de todos los productos que han hecho para empresas como Nutresa, Bavaria, Pepsi y la Selección Colombia. Ahora trabajan en una canción para una campaña de Adidas.

Any Paola Hernández se llama Lluvia —y no al revés—, y es una de las mejores bailarinas de break dance de Colombia. Es de Soacha, y antes su objetivo también era irse, pero ser de allí la ha definido como artista. Siempre que la presentan en algún concierto dicen de dónde viene: “Ah, de Soacha es Lluvia”, porque “en Soacha hay muy buenos procesos de hip hop y han salido muy buenos artistas”, nos explica.

En eso coincide K-no Delix: “los mejores artistas salieron de esos barrios bajos, así, más estigmatizados, de los barrios pobres. Los que más ‘guerrean’ son los que más sobresalen”.

Tres países, tres procesos

México:

Sergio Ulises Ferrer trabaja en un rap en lengua de señas. (Lokman İlhan - Agencia Anadolu)

Cuando en el 2014 desaparecieron 43 estudiantes de Ayotzinapa, uno de los más grandes escándalos en la historia reciente de México, Sergio Ulises Ferrer (Kukulkan sonido antisistema) decidió asumir un papel más activo en la realidad de su país. 

Dejó el periodismo a un lado, la objetividad de la noticia, aunque había ganado un Premio Nacional de Periodismo dentro de este género, con el texto ‘Nahuas crean su propia policía ante violencia institucional’, y dedicarse a dictar talleres de rap.

Se fue a la sierra de Guerrero, a Chichihualco, una comunidad en la que se cultiva amapola, y después a Copanatoyac, una región en la que vive población indígena. Allí ha dictado talleres de rap y rima, dirigidos a niños, en los que los invita a que se expresen en su lengua.

“Desde hace unos tres o cuatro años ha habido un apogeo, en el que se le ha dado cierto respeto a las culturas populares de México”, cuenta Sergio. Ahora se escucha rap en zapoteco, maya y mixteco, entre otras lenguas.

Colombia:

Alí Fernando Salas, integrante de Kombilesa mi. (Lokman İlhan - Agencia Anadolu)

Alí Navarro Salas, en Colombia, también lucha por preservar su lengua a través de la música. Según dice, es un “músico completo”, porque toca todos los instrumentos de su comunidad: San Basilio de Palenque.

Este pueblo de la Costa Caribe tiene una cultura particular, con unas raíces africanas muy arraigadas, ya que fue fundado por un grupo de afrodescendientes que escapó de la esclavitud en la época de la colonia. Es considerado el primer pueblo libre de Ámerica.

En Palenque se habla criollo palenquero y, por tanto, el rap que hace Alí es particular. “En realidad la música que yo hago es RFP: Rap folclórico palenquero. Es más, el grupo en el que estoy se llama Kombilesa mi, una palabra en lengua palenquera que traducida al español quiere decir Mis amigos”.

Ellos hacen rap, pero con sus propios instrumentos. ¿Rap con tambor? Sí. Y en su lengua. “A nosotros más que como un grupo de rap nos ven como un movimiento cultural, por el aporte que hacemos: nuestro rap lo hacemos con lengua palenquera”, cuenta Alí.

La idea es transmitir “todo ese saber ancestral, eso que nos ayudó a que hoy por hoy estemos libres, porque la lengua se originó como estrategia de fuga, como un código de comunicación. Entonces seguimos ahí, siempre transmitiendo”.

Cuba:

A los cubanos, las experiencias que han escuchado a lo largo del día les resultan extrañas. Todo eso de ayuda de fundaciones, contratos con empresas y grandes marcas les parece una realidad lejana. Comentan que en otros países de Latinoamérica “quizá las ayudas sean pocas para todo lo que quieres hacer, pero existen”.

En Cuba hay mucho talento, pero también mucha censura. Cuentan —en voz muy bajita— que el Gobierno no les da ningún apoyo, por lo que es muy difícil conseguir los permisos para hacer un evento, y si no hay eventos los artistas no se pueden dar a conocer ni pueden vivir de su música.

“Allá te dejan desgastarte pidiendo ayuda. ¡Hazlo!, te dicen, y el último día te responden que no, que bajó una carta de un Ministerio donde dicen que no. Te inventan cualquier excusa, o te lo dicen en la cara: mira, están asustados”. Porque, según dicen, “al Gobierno no le conviene esto de la protesta, del hip hop”.

Siguen insistiendo, pero están desmotivados. “Te crean una costumbre: dejas de insistir porque ya te han dicho muchas veces que no. Y tú, o te ahogas o nadas hasta la orilla”…

Ahora somos nosotros los que nos dirigimos hacia la orilla. Vamos al límite, donde se acaba la Bogotá urbana y comienza la rural.

Después de ir a Altos de Cazucá, y luego de recorrer varios grafitis por Ciudad Bolívar, terminamos nuestro recorrido en El Paraíso, un punto en el que se ve todo aquello de lo que nos habían hablado: ranchitos medio levantados, pegados a la loma, a punto de caer.

Desde este mirador se puede ver la panorámica de la ciudad, gigantezca, pero esta vez desde el occidente. No es la fotografía habitual, la que se toma desde Monserrate, en la que la periferia se pierde en el horizonte.

Aquí son las casas improvisadas —en latón, teja y ladrillo— las que ocupan el primer plano. Y es la ciudad céntrica, de edificios altos, la que se ve pequeña, como un espejismo.

Bogotá vista desde el mirador El Paraíso. (Lokman İlhan - Agencia Anadolu)

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