Venezuela: la guerra simbólica por deslegitimar al presidente
El quid del asunto en la estrategia para derrocar a Maduro está en deslegitimar las elecciones del 20 de mayo de 2018 para mostrarlo como un usurpador del cargo y por tanto justificar la necesidad de un presidente interino.

Colombia
Por: Santiago Peña Aranza
Tanto el oficialismo venezolano como quienes desconocen al gobierno de Nicolás Maduro dicen basar sus argumentos en la Constitución venezolana y puede que ambos tengan razón desde sus puntos de vista, lo que situaría la pelea por la legitimidad de Maduro en un plano simbólico.
El asunto de la legitimidad
La legitimidad tiene que ver con la aceptación del poder y esta aceptación se da por diferentes motivos que Max Weber explicaba en el siglo XIX: carisma, tradición y legalidad (procedimental).
Entonces se acepta la dominación de un poder porque se considera que el líder tiene unos atributos especiales (carisma), está designado por “Dios” (tradición) o porque cumplió con unos procedimientos establecidos por la ley, como serían unas elecciones.
En los países occidentales modernos, la legitimidad (en teoría) debe ser otorgada solo por los procedimientos establecidos por la ley. Sin embargo, en la práctica pueden surgir líderes carismáticos que logren “ajustar” la ley a su favor.
La guerra simbólica por construir la realidad en Venezuela
La realidad es una construcción que se da mediante el lenguaje, por tanto puede modificarse de la misma manera si se cumplen determinadas condiciones rituales.
En este orden de ideas, en una sociedad existen muchos discursos y a veces algunos son antagónicos entre sí, pero unos se imponen sobre otros convirtiéndose en legítimos o dominantes. Es decir, volviéndose “verdades”.
En Venezuela, aparte de una guerra económica que busca debilitar al gobierno de Nicolás Maduro, se está dando una guerra simbólica donde la oposición y sus aliados internacionales pretenden convertir en ilegítimo al presidente y conferir legitimidad al autoproclamado Juan Guaidó.
La legitimidad depende del reconocimiento y la aceptación y entre más poder tengan aquellos que reconozcan y acepten a alguien, será más fácil que lo impongan como legítimo ante el resto.
Por ejemplo, es más importante ser reconocido como presidente por los Estados Unidos que por Osetia del Sur, pero el apoyo de China, Rusia y Turquía no es de poca monta.
La vicepresidente de Colombia, Marta Lucía Ramírez, tiene clara esta guerra simbólica: el 14 de enero, previo a la autoproclamación de Guaidó, pidió a los periodistas que dejaran de referirse a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela:
“¿Cómo haremos para que nuestros periodistas asimilen que Nicolás Maduro no es el Presidente de Venezuela??? Si un dictadorzuelo se pusiera la banda presidencial de Colombia, eso jamás le daría la condición de presidente de los colombianos”, dijo en su cuenta de Twitter.
Varios medios ya han seguido esa línea.
La importancia de la 'ritualidad'
La política, como todos los campos sociales, está llena de ritos y es mediante estos que se hace lo que el filósofo francés Pierre Bourdieu llama la “magia social”.
Un nombramiento, una investidura, el bautizo, la primera comunión, el matrimonio, la muerte y en general, el paso de una etapa a otra, se hacen mediante unos ritos que tienen unas características litúrgicas específicas.
El rito debe encabezarlo la persona autorizada para ello, usando las expresiones adecuadas en el contexto que es y ante quienes debe ser. Si no cumple estas condiciones no será válido.
Es decir, el jefe de una empresa no es la persona idónea para bautizar a un niño, o un sacerdote en pijama no bautizará al niño en un estadio de fútbol ante personas diferentes a su familia.
Para que un ciudadano se convierta en presidente electo debe pasar por un rito (elecciones) y para ser investido de los poderes y de la autoridad que implica el cargo, debe pasar por un nuevo ritual (la ceremonia de posesión) que tiene unas características litúrgicas, un lugar apropiado y unos símbolos determinados. Esto incluye unas firmas que también le dan un carácter legal al acto.
Si no es lo mismo ser reconocido por los Estados Unidos que por Osetia del Sur, tampoco es lo mismo tomar posesión del cargo ante el Tribunal Supremo de Justicia, como lo manda la Constitución, que autoproclamarse presidente interino en una plaza de Caracas rodeado de seguidores sin la banda presidencial, el collar donde está la llave que abre el cofre donde están los restos del Libertador Simón Bolívar y las mencionadas firmas.
¿Cuál es la estrategia para sacar a Maduro?
El quid del asunto está en deslegitimar las elecciones del 20 de mayo de 2018 para que el ritual que necesitaba Maduro para su segundo mandato, pudiera ser construido como inválido.
El 23 de enero de 2018, el Grupo de Lima, que hoy aboga por unas elecciones presidenciales, en ese momento las rechazaba. Además, la mayoría de la oposición, agrupada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), boicoteó las elecciones negándose a participar aduciendo falta de garantías.
Estados Unidos también manifestó previamente que no iba a reconocer ninguna elección.
De esta forma el Grupo de Lima, creado en agosto de 2017 con el objetivo de sacar al chavismo del gobierno, intenta construir la imagen de que hay una “ruptura institucional” en el país, lo que invalidaría a Maduro como presidente y permitiría una transición “constitucional”, ahora encabezada por Juan Guaidó (por ser el presidente de la Asamblea Nacional), que tendría que convocar unas elecciones “libres”.
La fase actual de esta estrategia, que seguro fue planeada desde antes de esas elecciones, consiste en dotar de legitimidad artificial a Guaidó, a falta de un ritual apropiado para conferirle una real.
Para imbuirle esa "legitimidad", se recurre al reconocimiento internacional, a la prensa y a la entrega de ayuda humanitaria -"gracias a él"- que el pueblo necesita en gran parte por la guerra económica que vive el país y por los errores en la gestión de Maduro.
Esta legitimidad también llega en la medida en que empiece a actuar como presidente, para lo cual ha intentado dar algunos pasos: nombrar delegados en otros países que son reconocidos por estos como “embajadores”.
Quizá la próxima fase de la estrategia llegue cuando la “legitimidad” de Guaidó esté posicionada como discurso dominante, así sea solo a nivel internacional, y cuente con el poder “real” de autorizar una intervención de los Estados Unidos, la cual ha anunciado como posibilidad.
Tal vez en ese momento, para evitar una situación extrema, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), como institución, decida desconocer a Nicolás Maduro.
Quizá la FANB decida dar un golpe a Maduro pero sin reconocer a Juan Guaidó, en lo que sería un escenario que hasta ahora nadie ha contemplado.
¿Cómo resiste Maduro?
Nicolás Maduro tiene a su favor el apoyo del poder militar de la nación encarnado en la FANB y desde que se agravó la crisis participa en rituales (ejercicios militares) permanentemente porque es “él” la persona autorizada, como presidente, para hacerlo.
Además de esto, no solo tiene reconocimiento de China, Rusia, Turquía, México y Uruguay, como nos muestra parte de la prensa.
A la fecha solo 55 de los 198 países de la comunidad internacional (que no solo es EEUU, Europa y el Grupo de Lima) reconocen a Guaidó.
Maduro entonces resiste porque cuenta con el control efectivo sobre el territorio, los ministerios, la Policía, la FANB y el apoyo de las instituciones del país diferentes a la Asamblea Nacional.
Porque en este momento, según el artículo 233 de la Constitución en Venezuela, no hay causales ni para considerar el abandono del cargo ni una falta absoluta del presidente que justifique la necesidad de un presidente interino.
Incluso quienes quieren que se vaya saben que él es el presidente, así no quieran aceptarlo. Por algo el autoproclamado Guaidó no ha podido convocar las elecciones presidenciales como le ordenaría la Constitución si de verdad lo fuera.
Según el artículo 231 de la carta magna venezolana, tendría un plazo de 30 días para convocarlas a partir del momento en que se declara la falta absoluta del presidente.
“¿Qué va a pasar cuando se cumplan 30 días? ¿Va a continuar con su mandato virtual? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta 2025 también? O hasta que termine en la cárcel por mandato del Tribunal Supremo de Justicia”, cuestionó el presidente Nicolás Maduro en un discurso frente a sus seguidores el 5 de febrero.
El plazo para convocar las elecciones vencería el 23 de febrero y para ese día, por ahora, Guaidó solo ha prometido la entrada de la ayuda humanitaria.
*El autor es politólogo de la Universidad Nacional de Colombia con máster en Teoría y Crítica de la Cultura de la Universidad Carlos III de Madrid.
*Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no reflejan necesariamente la política editorial de la Agencia Anadolu.
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