
NEW JERSEY, EEUU
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, prometió en una entrevista antes de convertirse en presidente [1], que sería un negociador impredecible. Sin embargo, todos sabemos que hay contextos y estructuras que condicionan las probabilidades en una negociación. En otras palabras, los actores no son “todopoderosos”. En la política exterior de Estados Unidos, Trump parece ser mucho más fuerte con su “botón más grande” de lo que realmente es, pero cuando se trata de temas internos, el sistema político estadounidense y la historia social no le garantizan el poder que él desea.
La lucha de Trump con el tema migratorio es un ejemplo claro de esto. Emitió el tan llamado “veto musulmán” en los primeros días de su Gobierno, el cual fue anulado por los tribunales. Su deseo de poner fin a la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) terminó llevando al cierre del Gobierno justo antes de finalizar su primer año en el cargo. Y aún estamos a la espera de ver en qué resulta su promesa de construir un muro a lo largo de la frontera con México.
La capacidad de negociación de Trump no ha funcionado bien en estas áreas. Para cumplir con sus promesas, necesita el apoyo de los demócratas en el Congreso cuando ni siquiera tiene el apoyo de los mismos republicanos. Los comentarios de Trump del 11 de enero en donde habló acerca de los “países de mierda” pusieron en peligro el acuerdo bipartidista, según afirmaron varios senadores durante una reunión en la Casa Blanca.
La cultura de la comunidad contra la mezcla de culturas
El asunto migratorio es complejo porque refleja una paradoja fundamental entre la historia estadounidense y el desarrollo político. Por un lado, la cultura política estadounidense, tal como fue admirada por Toqueville, está construida sobre las bases de un “sistema municipal” en donde todos sus miembros se conocen entre sí, contribuyen a la comunidad, participan en la toma de decisiones, van a la misma iglesia, y se basan en una confianza mutua en ese círculo.
Sin embargo, en este sistema, la llegada de un extraño causa ansiedad en la comunidad. En este punto, el Sheriff da un paso adelante con su arma completamente cargada, detiene al sujeto y deja en claro que no les gustan los extraños en la comunidad. Trump en este momento está haciendo el papel de Sheriff, representando la ansiedad de su comunidad. Él está hablando en nombre de ellos.
Aun así, en contra de esta “cultura de la comunidad”, se ha presentado una dinámica paradójica desde el principio: “el nuevo mundo” siempre ha sido una tierra de inmigración con “extraños” que llegan a Estados Unidos uno tras otro. Las ciudades fueron establecidas por inmigrantes puritanos en primer lugar, que habían dejado Inglaterra para construir una nueva vida donde pudieran practicar libremente su religión.
Luego llegaron otros europeos, huyendo de la agitación política causada principalmente por la Revolución Francesa. Después de un tiempo, llegaron los irlandeses, dejando su patria a causa de una gran hambruna. Y así, chinos, japoneses, italianos, mexicanos y otros los siguieron mientras los Estados Unidos se extendía en el occidente.
El flujo de varios grupos de migrantes continuó en el siglo XX, ya sea por razones económicas, políticas o humanitarias. Al ser un país tradicional migratorio, Estados Unidos ha llegado a absorber todos estos pueblos con su régimen de ciudadanía inclusiva, que no se basa en la sangre o la etnia, sino en los componentes cívicos. Se trata más o menos de compartir el sueño de tener una vida más decente y libre.
“El crisol de razas” (Melting pot), o “país de migrantes” es una frase famosa con la cual se define la nacionalidad estadounidense. Cada persona nueva que llega, aunque no siempre sea bienvenida, ha contribuido a este “país de migrantes”.
Políticas de resentimiento
La tensión entre las dinámicas del “sistema municipal” y el “país de migrantes” siempre ha sido importante al momento de dar forma a las políticas estadounidenses. Mientras que los otros presidentes estadounidenses y políticos tradicionales han decidido, por lo general, ser políticamente correctos en el tema migratorio, el cual se encuentra en el centro de estas tensiones, Trump es claro e insistente en su radical postura anti migratoria. ¿Por qué? De hecho, la razón es clara. Él sabe que las actitudes anti migratorias atraen a una parte significativa de ciudadanos (o “contribuyentes estadounidenses”), cuyos valores políticos están forjados principalmente por la cultura municipal.
Katherine Cramer, basada en su investigación en Wisconsin que abarcó un periodo de una década, desde 2007 hasta 2017, argumenta que la retórica de Trump es particularmente atractiva para las personas en los pueblos, que guardan sentimientos de rencor hacia el gobierno y la gente de la ciudad.
Según Cramer, la gente del campo, como contribuyentes trabajadores, piensan que no reciben una parte justa de los recursos, la atención y el respeto, y este resentimiento en cierta medida explica el apoyo que Trump recibió en las elecciones de 2016.
También se debe resaltar que las actitudes anti migratorias tienen unos arraigados antecedentes históricos. Aunque Estados Unidos siempre ha sido un destino popular para aquellos que buscan una vida más decente, no es tan cierto que los primeros grupos de colonos recibieron de buena forma a las otras personas que empezaron a llegar. Por ejemplo, el pueblo irlandés no era considerado como estadounidense porque era católico, y se enfrentó a una gran discriminación en el mercado laboral. A los italianos se les trató de la misma manera. A finales del siclo XIX, se decretaron algunas leyes discriminatorias para prevenir la migración china.
Curiosamente, los primeros migrantes, a pesar de haber sido discriminados y tratados como si ni siquiera fueran humanos, siguieron despreciando a los recién llegados. Como consecuencia, esto estableció una jerarquía en donde los cristianos protestantes se encontraban en los puestos más altos mientras que las personas que llegaron después, se vieron obligados a permanecer en los últimos y más pequeños puestos.
Esta historia tiene algunas páginas feas, y se ve aún peor debido al racismo que acompaña las actitudes anti migratorias. La discriminación basada en la raza, etnia o religión, siempre ha hecho parte de la historia estadounidense. Sin embargo, desde la década de los sesenta, los movimientos de derechos civiles en Estados Unidos han ganado muchos frentes legales, políticos y sociales.
Básicamente, Trump provoca estas grandes tensiones. Está consciente del valor electoral que tiene el resentimiento hacia los migrantes, y será aún más valioso en el marco de una contienda. También sabe que estos resentimientos han aumentado significativamente por el vínculo entre el terrorismo y la migración. Aun así, la resistencia política e institucional contra el populismo anti migratorio de Trump también continúa.
La resistencia del Congreso resultó recientemente en un cierre del Gobierno que no duró mucho gracias al proyecto de ley de financiación a corto plazo de Trump. Aunque los líderes del Congreso llegaron a un acuerdo bipartidista el martes para aumentar el presupuesto por dos años, lo que disminuyó la posibilidad de otro cierre de Gobierno, es muy probable que estallen nuevas crisis de inmigración pronto. Y probablemente, ni Trump ni los demócratas retrocederán.
A medida que se enfrenta a la resistencia, es probable que Trump se queje asegurando que el establecimiento político evita que él pueda “hacer de Estados Unidos grande de nuevo”, un tipo de resentimiento que también comparte la gente de los pueblos. Este tipo de quejas pueden politizar y motivar a los posibles votantes de Trump, y esto haría una diferencia en el panorama político, teniendo en cuenta los altos niveles de indiferencia política y los bajos niveles de participación electoral entre los ciudadanos estadounidenses.
(El autor de este artículo tiene un PhD en ciencias políticas y es un profesor visitante de la Universidad de Princeton)
*Daniela Mendoza contribuyó con la redacción de esta nota
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