
WASHINGTON
De todos los países que han anunciado su posición sobre la independencia del Kurdistán iraquí, EEUU son probablemente los que mantienen una postura más ambigua. Oficialmente, se oponen a la independencia kurda y apoyan la “unidad de Irak”. De manera no oficial, a Washington no le importa la unidad iraquí.
Durante una sesión que se llevó a cabo bajo las reglas Chatham House (se puede discutir todo tipo de contenido, pero no quién lo dijo), en uno de los think-tanks más prestigiosos de Washington, un participante preguntó a un alto oficial de la administración, ¿cómo es posible que Washington esté aliado con milicias pro-Irán en el lado iraquí de la frontera, pero se enfrente a otras milicias pro-Irán del lado sirio de la frontera?
Un oficial de la administración Trump respondió diciendo que el Gobierno de EEUU no ve a Oriente Medio como un conjunto de naciones, sino que lo analiza “de aldea en aldea”, y mantiene un principio fundamental: que todo aliado de los EEUU debe participar en la erradicación del terrorismo, considerado como el interés principal del país en la región.
No obstante, este tipo de política puede solo funcionar a corto plazo. Cuando todos los aliados de Estados Unidos se le unan en su guerra contra el terrorismo, EEUU tendrían que devolver el favor apoyándolos en la defensa de sus intereses nacionales y aquí, radica el problema.
EEUU tiene una docena de aliados en Oriente Medio, la mayoría de los cuales tienen intereses de defensa que compiten entre ellos, en especial tras que la Guerra de Irak sacudiera la región de una manera que no se había visto desde la Primera Guerra Mundial.
Políticas estadounidenses incoherentes
Esto significa que cuando los aliados de EEUU piden que les sea compensada su participación en la guerra contra el terror, Washington tiene que caminar sobre la cuerda floja para balancear sus acciones. El fracaso de EEUU para idearse una política exterior coherente, para sí mismo y para sus aliados, ha sido evidente en Siria, un país que ha sido destruido desde el inicio de la revolución anti-Assad en 2011.
La estrategia de Washington en Irak ha evolucionado desde el inicio de la guerra en 2003. Al principio, EEUU quería a Irak como aliado y faro de la democracia, con el cual pudiera dar ejemplo a los países vecinos e incitar a la gente de la región a derrocar a sus dictadores cuando vieran los frutos de la democracia en Irak.
Pero los planes originales de EEUU para Irak terminaron siendo muy ambiciosos. La realidad era muy diferente, y Washington tuvo que aprender a las malas como encontrar el balance entre sus amigos y sus enemigos, sean estos iraquíes o poderes regionales.
Cambio de estrategia
En medio de la sangrienta guerra civil iraquí, muchos oficiales de EEUU creían que unir a Irak de nuevo era imposible, y que dividirlo en tres Estados – uno chiita, uno sunita y un Estado kurdo – era la única solución. Una de las personas que defendió esta propuesta fue el entonces Senador Joe Biden, también presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
Irónicamente, cuando decidió lanzarse a la presidencia, Barack Obama lo reclutó para ser su compañero en la fórmula presidencial con el propósito de supervisar la política exterior, dada la larga trayectoria de Biden en el comité. Cuando el dúo fue electo, Obama dejó a Biden a cargo de Irak. El consejero de Seguridad Nacional del vicepresidente, Anthony Binken, se convirtió en el oficial estadounidense en el manejo de las políticas referentes a Irak.
A pesar del apoyo de Biden para un Irak dividido, la visión de Obama predominó: cambiar a los aliados tradicionales de EEUU por Irán. Restaurar la alianza entre ambas naciones al punto de 1979 se convirtió en una prioridad, incluso si eso significaba sacrificar la meta de Washington de estabilizar a Irak para 2010 y cedersela a Irán.
La política de Obama hacia Irak, en efecto, significaba hacer la paz con Teherán, y por lo tanto ignorar la ambición kurda de independencia en el norte de Irak. Incluso cuando Daesh se apoderó de Mosul en 2014, y empezó a acercarse a Kirkuk y Bagdad, EEUU abandonó sus planes para armar a las milicias kurdas, bajo presión de Bagdad y eventualmente de Irán. Por otra parte, Alemania intentó en repetidas ocasiones enviar armas a los kurdos de Irak, pero los EEUU detuvieron estos intentos.
Para muchos, Obama cambió de equipo
Eventualmente Obama quedó como enemigo de los kurdos y de Israel. Por lo tanto, los israelíes y los kurdos iraquíes creían que el fin de la presidencia Obama, y la elección de Trump, sería el momento ideal para ambos: los kurdos iraquíes podrían declarar su independencia e Israel podría expandir sus asentamientos en Cisjordania, a la vez que buscaría la paz con los países del Golfo Arábigo.
Trump es sin duda alguna el amigo más cercano de Israel en la historia presidencial de los EEUU. Él se convirtió en el único presidente en visitar el Muro de los Lamentos en Jerusalén durante su presidencia.
El interés principal de Trump
El interés de Trump en Israel no tiene nada que ver con su visión de la política en Oriente Medio, pero tiene todo que ver con su idea de que hacerse amigo de Israel puede asegurarle el voto judío y el apoyo financiero necesario para su reelección en 2020.
A pesar de la cercanía entre Trump e Israel, Washington también tenía que interesarse en sus otros aliados en Oriente Medio. Entre estos, Turquía, Irak y Catar estaban en contra de la independencia kurda en Irak. De sus enemigos, Rusia, Irán y Siria también se oponían. Entre amigos y enemigos, solo Israel y los Emiratos Árabes Unidos apoyaban la independencia de Kurdistán Iraquí, y Arabia Saudita se oponía de manera nominal, pero a puerta cerrada era indiferente.
Debido a este complicado escenario, con unos aliados a favor y otros en contra de la independencia kurda, la posición de los EEUU hacia los kurdos parecía contradictoria y confusa, al igual que la política exterior de Trump en general.
La independencia kurda no es favorable para Estados Unidos
Dejando de lado a Trump, y a los amigos estadounidenses de Israel, EEUU no veía ningún beneficio proveniente de un Kurdistán Iraquí independiente. Para Washington, los kurdos iraquíes le ofrecían tres cosas puntuales: bombear millones de barriles de petróleo al día, luchar contra Daesh y ayudar a EEUU a estabilizar Irak.
Con la guerra contra Daesh cerca de culminar, con la posibilidad de que la independencia kurda desestabilice políticamente a Irak – al mismo tiempo que causa el cese en las exportaciones de petróleo kurdo - ya que todo este petróleo transita por Turquía – y con cinco países vecinos anunciando el cierre de fronteras con el Kurdistán Iraquí, cualquier nuevo Estado kurdo estaría aislado y sin la posibilidad de exportar petróleo, de hecho, no podría exportar nada.
Dejando a Trump y a Israel de lado, cuando EEUU ponía en una balanza un Kurdistán independiente y la posición de sus aliados, encuentra que sin importar cuanto le sirvan los kurdos a Washington, su importancia no es más grande que las relaciones de EEUU con Turquía, su aliado de la OTAN, e Irak, el país donde han vertido billones de dólares y donde han perdido miles de vidas.
Normalmente a EEUU no les molestaría un Kurdistán independiente, pero eso no quiere decir que tomarán una posición activa para apoyarlo a expensas de sus otros intereses.
Auto sobreestimación
Los kurdos iraquíes parecen haber sobreestimado su importancia estratégica ante los ojos de EEUU, un error que cometen a menudo los poderes regionales de Oriente Medio. Tal vez los kurdos pensaron que Israel o Emiratos Árabes Unidos podrían asegurarles el apoyo de EEUU.
En su memoria colectiva, los kurdos cuentan la historia de cómo Mullah Mustafa Barzani, el padre de Massoud, fue decepcionado por EEUU y la Unión Soviética, mientras Irán no permitió la independencia kurda. Los grandes poderes pudieron haber querido a los kurdos y a sus líderes, pero el amor no era más pesado que los poderes regionales.
Tal vez la próxima vez que los kurdos iraquíes intenten ser independientes, se enfoquen más en asegurar el apoyo de por lo menos uno de sus vecinos, en vez de apostarle a superpotencias y poderes regionales con quienes no comparten fronteras.
El juego de las naciones es complicado, y los kurdos parecen no haberse dado cuenta que necesitan más cartas para jugar si quieren la independencia, cartas que no parecen haber tenido a la hora de celebrar su primer referendo independentista. La Casa Blanca puede mandarle todo su amor a los kurdos de Irak, pero el amor nunca es suficiente para crear Estados.
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