Análisis

El terrorismo en Nueva Zelanda y el historial de ataques a mezquitas

Enfrentar este ataque terrorista requiere desafiar principalmente un discurso más amplio que ha dado paso a la discriminación legal de los musulmanes.

Dr. Farid Hafez  | 19.03.2019 - Actualızacıón : 20.03.2019
El terrorismo en Nueva Zelanda y el historial de ataques a mezquitas Cientos de personas se reúnen para rendir tributo a las víctimas de los ataques terroristas del viernes en dos mezquitas que dejaron al menos 50 personas muertas en Christchurch, Nueva Zelanda, el 19 de marzo de 2019. (Recep Sakar - Agencia Anadolu)

SALZBURGO, Austria

Brenton Tarrant, el terrorista supremacista blanco pudo haber elegido otros lugares y objetos para llevar a cabo su ataque. Pero eligió un lugar de culto islámico. ¿Por qué? Recordemos a Anders Behring Breivik, quien asesinó a 77 jóvenes en un campamento de Jóvenes Socialistas en Utoya, Noruega. Él eligió este lugar deliberadamente, viendo a una generación joven de socialdemócratas de mentalidad abierta y liberal como facilitadores de la islamización de Europa.

Breivik, a quien se refiere el terrorista Tarrant en su manifiesto como el “caballero justiciero Breivik”, de quien había tomado “verdadera inspiración”, podría haber servido como modelo para otro ataque terrorista. Pero eligió una mezquita. ¿Pero por qué?

La pregunta puede sonar simple al principio. Pero deberíamos tomarnos un tiempo para reflexionar sobre este aspecto del terrorismo. No se trata tanto de lo que la mezquita representa para los musulmanes, ya que esto no le importa al supremacista blanco, sino de cómo la mezquita se ha convertido en una metáfora de las proyecciones malvadas que encontramos en la ideología islamofóbica.

De hecho, en el imaginario de los ideólogos anti-musulmanes, hay un número muy limitado de materiales que se han considerado como los “símbolos” del Islam; símbolos que se han convertido en temas de disputa política. En el discurso sobre el Islam, los elementos más destacados sin duda han sido el hiyab (el velo que llevan las mujeres musulmanas en la cabeza) y la mezquita.

Se puede observar cómo, primero, estos objetos han sido replanteados. Así como el hiyab hoy en día se ve como el símbolo de “subyugación femenina” en una sociedad musulmana patriarcal, la mezquita se considera como el lugar de la radicalización, donde se enseña a los musulmanes a odiar a personas de otras religiones o se les ve como meras instalaciones donde los terroristas conspiran.

Es el replanteamiento del significado de estos elementos lo que ha provocado en muchos lugares que los musulmanes pierdan sus libertades. Si bien la libertad de religión ha sido fundamental para la mayoría de los países occidentales desde el final de la Segunda Guerra Mundial, este derecho ha sido cuestionado de diversas maneras para los musulmanes desde la década de 1990.

Y con el auge de los partidos radicales de derecha desde la década de 2000, este fenómeno ha introducido en la legislación, una islamofobia institucionalizada que se ha normalizado. A las mujeres musulmanas no se les permite usar el hiyab; en algunos lugares, esta limitación es para los alumnos, en otros lugares para los maestros y en otros en varios lugares públicos. Además, la mezquita se ha convertido en un tema controvertido, que va desde la notoria prohibición de los minaretes en Suiza hasta las prohibiciones menos conocidas, por ejemplo, la construcción de mezquitas y minaretes en dos condados austriacos. Y no olvidemos el debate en torno a la llamada Mezquita Ground Zero en Nueva York u otros debates que surgieron en torno a la construcción de varias mezquitas que finalmente se completaron en Colonia (Alemania) o en el distrito de Taksim en Estambul.

Recuerden cuán frustrados estaban los musulmanes de Estados Unidos porque Barack Obama, el llamado presidente de la “esperanza”, no pudo visitar una mezquita, cediendo así a la atmósfera de miedo provocada por la retórica radical anti-musulmana difundida por personas como Pamela Geller junto a los miembros del Tea Party.

La mezquita ya no era el símbolo de empoderamiento, como lo recordaban tantos afroamericanos, sino que se había convertido en un objeto de miedo. Esto ha dejado sus marcas.

Por otro lado, con respecto a los terroristas anti-musulmanes: la lista de mezquitas que han sido atacadas comienza desde la mezquita de Finsbury Park en Londres hasta la mezquita de Christchurch en Nueva Zelanda. Si bien los disparos masivos en Nueva Zelanda han sido los más letales en la historia reciente, las mezquitas han sido objeto de ataques desde las redadas policiales en Francia hasta los ataques en Alemania.

Solo en 2017, la policía respondió a casi 1.000 reportes de ataques contra mezquitas en la República Federal, lo que significa que cada tercer día, una mezquita fue atacada. Un sitio web ha estado mapeando crímenes de odio y ataques a mezquitas desde 2015.

No es de extrañar, entonces, que la mezquita desempeñara un papel central en el manifiesto que el terrorista supremacista blanco había publicado antes del ataque. “Destruiremos cada mezquita y minarete en la ciudad de Constantinopla”, dijo Tarrant, refiriéndose al antiguo nombre de Estambul cuando estaba bajo el dominio cristiano.

Eligió deliberadamente la mezquita de Christchurch porque, según él, “tenía muchos más invasores” y era “un edificio ópticamente extranjero” además de tener vínculos con el “extremismo”. La mezquita para él representa varios tipos de alteridad; extremismo, extrañeza, supremacía (a través de la adquisición de bienes).

Es esta crisis 'blanca' que abordó el terrorista, que se proyecta en uno de los indicadores más visibles de la vida musulmana.

Por lo tanto, enfrentar este ataque terrorista requiere que desafiemos principalmente un discurso más amplio que ha permitido la discriminación legal de los musulmanes y abre el camino para su aniquilación, como hemos visto en la masacre más reciente.

*Farid Hafez es investigador principal en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Salzburgo e investigador de la Iniciativa Bridge de la Universidad de Georgetown.

*Daniela Mendoza contribuyó con la redacción de esta nota.

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