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¿Por qué el primer año de pandemia en Venezuela no fue una catástrofe?

Pese a que los expertos coinciden en que hay un subregistro en las cifras del Gobierno, otros factores parecen haber incidido, como una baja movilidad, el desabastecimiento de gasolina, el apoyo de sus aliados y las cuarentenas obligatorias.

Alvaro Suzzarini Fernández  | 07.04.2021 - Actualızacıón : 09.04.2021
¿Por qué el primer año de pandemia en Venezuela no fue una catástrofe? Doctores de la Misión Barrio Adentro recorren el sector de los Altos de Lídice, en Caracas, para realizar exámenes de COVID-19 puerta a puerta. (Crédito obligatorio: Cortesía Rosana Silva)

CARACAS, Venezuela

Por: Alvaro Suzzarini Fernández

Hace un año Europa era el epicentro de la pandemia. Las informaciones llegadas de Italia y España evidenciaban cómo el nuevo coronavirus podría hacer colapsar sistemas sanitarios robustos y causar miles de muertes diarias.

Sabiendo esto, algunos gobiernos al otro lado del Atlántico subestimaron la situación, mientras otros se prepararon a contra reloj para la llegada de la pandemia al continente americano.

Las especulaciones de cuánto aguantaría la endeble salud pública de los países latinoamericanos eran alarmantes y si a algún país le auguraron días oscuros fue a Venezuela.

Para los principales medios de comunicación las imágenes de muertos apilados en bolsas negras, los cementerios desbordados y los hospitales sin capacidad de respuestas que se generaban desde Lombardía o Madrid se iban a quedar cortos para el drama que podría suscitarse en Caracas.

Una editorial del Washington Post describía el panorama en Venezuela como “particularmente aterrador” y señalaba “que el sistema de salud del país ya se encontraba en un estado de colapso, sus ciudadanos han estado huyendo a otros países latinoamericanos a un ritmo de miles por día, y su gobierno ilegítimo y corrupto es completamente incapaz de enfrentar el nuevo desafío”.

El desafío para el país caribeño finalmente llegó. Tuvo su inicio el 13 de marzo del 2020, cuando la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, anunció los primeros casos positivos de COVID-19 en su territorio.

Ese mismo día Colombia cerraba los siete pasos fronterizos con la República Bolivariana. Cuatro días después Brasil haría lo propio, con su presidente, Jair Bolsonaro, alegando que su “gran preocupación” en la pandemia era el desastre que ocurriría en el país bajo gobierno chavista.

Pero un año después de esos anuncios, la catástrofe nunca llegó, o por lo menos no lo hizo en las proporciones que se esperaban. De hecho la situación en Venezuela con respecto a los demás países de la región es sorprendentemente favorable: Colombia, con 40% más de población, tiene cerca de 500% más contagios al día, mientras que Brasil se encuentra muchísimo peor; el gigante suramericano encabeza las muertes y casos positivos diarios.

Además, países con sistemas de salud mejor preparados que el venezolano presentan un peor desempeño ante la pandemia: Uruguay, con el 11% de la población venezolana, tiene para la fecha casi el doble de contagios al día.

Para la bióloga y epidemióloga María Eugenia Grillet, la sorpresa se explica en parte porque en las cifras ofrecidas por el Gobierno de Nicolas Maduro existe “un subregistro notable” provocado en gran medida por las limitaciones a la hora del diagnóstico: “Chile hace de 50.000 a 60.000 pruebas de reacción en cadena de la polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés) por día para monitorear la epidemia y en Venezuela no llegan a hacerse 3.000. Hay muchísimos casos que pasan desapercibidos”, aclaró la también profesora de la Universidad Central de Venezuela.

Grillet, en conversación con la Agencia Anadolu, señaló que las muertes declaradas por el Gobierno venezolano no corresponden con la realidad: “Hay un protocolo perverso desde el inicio de la pandemia en el cual el médico aun sabiendo que el paciente murió por COVID-19 no lo dejan declararlo como tal, a menos que haya una prueba de positiva… Las cifras de muertes ofrecidas por el Gobierno puedes multiplicarlas entre tres y cinco veces”.

Este criterio también es compartido por la Academia Venezolana de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, pero aun ajustando las cifras y en el ingenuo escenario de que en ningún otro país haya un subregistro, de todas formas Venezuela tendría mejores números que Chile, que con un 33% menos de población ronda los 8.000 casos diarios, unas seis veces más que el cómputo oficial venezolano. Esto significa que aun bajo las proyecciones de los científicos, Chile tendría 2.000 casos más que Venezuela.

En el mismo sentido, con cualquiera de los dos cálculos la nación caribeña tendría menos de la mitad de contagios que hay hoy en Perú, que con una cantidad de población parecida a la venezolana tiene 11.000 casos al día.

¿Pero cómo Venezuela logró eludir ese panorama “particularmente aterrador”? Fue una mezcla de accidentes, cooperación y aciertos.

Para empezar, la movilidad de los venezolanos durante el año de pandemia fue baja. Según datos de Google, durante el último año los venezolanos se movieron un 53% menos hacia estaciones de transporte, un 43% menos que los colombianos y 15% menos que los brasileros. También se trasladaron 35% menos hacia sus lugares de trabajo, 25% menos que los trabajadores de Colombia y 15% menos que los de Brasil.

Que los venezolanos se hayan movido menos que sus vecinos se debe en buena medida a que la llegada del virus coincidió con una crisis de desabastecimiento de gasolina que de manera accidental logró hacer que la transmisión del virus fuera lenta.

Ver también: La crisis del diésel que amenaza con paralizar Venezuela

Aunque para la mayoría de los países los vuelos internacionales representan un factor de movilidad del virus, la poca conectividad de los aeropuertos venezolanos también fue un factor que jugó a su favor; por lo menos lo fue hasta la llegada masiva de migrantes retornados que ingresaron por tierra luego de que empeoraran sus condiciones de vida en otros países de la región en el contexto de pandemia.

Para lo que sí jugaron un papel determinante las terminales aéreas venezolanas fue para recibir el apoyo de los países aliados: China, Rusia y Turquía, que hicieron entregas periódicas de insumos y equipos médicos. Según el canciller venezolano, Jorge Arreaza, por el Aeropuerto de Maiquetía entraron más de 550 toneladas en ayudas.

Cuba también jugó un papel clave en la contención de la pandemia en Venezuela. El país antillano ha mantenido durante décadas una misión médica en territorio venezolano, la cual fue reforzada durante la pandemia con el arribo de la brigada del Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve, quienes hasta enero habían atendido a más de 87 mil pacientes venezolanos.

También de la mano de los médicos cubanos se estableció un sistema de detección “casa por casa”, donde se hacían los exámenes de detección de la COVID-19 y se distribuían cajas de alimentos de los comités de abastecimiento y producción (CLAP) para dar sustento a la población más pobre durante la cuarentena.

Pero el acierto determinante que ha tenido Venezuela durante la pandemia es la adopción temprana de las cuarentenas y el uso obligatorio de la mascarilla. El presidente Nicolás Maduro, en parte por conveniencia y en parte por necesidad, fue de los primeros mandatarios en adoptar medidas de confinamiento y promover durante sus alocuciones el uso de la máscara médica, lo que sería reconocido por la Organización Mundial de la Salud como uno de los elementos esenciales de prevención frente al virus.

Salvado este primer round, Venezuela enfrenta actualmente una nueva ola de contagios sin dejar de estar contra las cuerdas. La infraestructura médica debe ahora combatir las variantes P1 y P2 provenientes de Brasil, que ya son las causantes de la mayoría de los casos.

Durante la primera semana de abril el ministro de Comunicación venezolano, Freddy Ñañez, informaba sobre el peor día en cuanto a contagios en el país suramericano aludiendo precisamente a estas nuevas cepas.

Por ahora los venezolanos esperan ser salvados por la campana con un acuerdo entre sus dos gobiernos –el que controla el territorio y el reconocido por EEUU- que permita acelerar el proceso de vacunación que hasta ahora avanza a cuentagotas en medio de las sanciones.

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